sábado, 31 de diciembre de 2022

Santa María Madre de Dios. Ciclo A

 


Hoy celebramos el día de la Madre de Dios, precisamente en el estreno de un año nuevo ¡Qué coincidencia más feliz!

Hoy en los días siguientes, todos vamos a felicitarnos el año nuevo con una frase usual ¡feliz año nuevo! para desearnos lo mejor. Hagamos una reflexión sobre estas palabras.

Realmente cada año es nuevo, y también cada mes, cada día, cada hora y cada tiempo, porque ningún momento es igual, todo es distinto y nuevo, aunque se hagan las mismas cosas.

¿En qué consiste la felicidad que nos deseamos?

La felicidad puede concebirse bajo tres perspectivas diferentes: felicidad humana, felicidad espiritual, y felicidad cristiana.

Para un hombre de mundo, sin fe, feliz año nuevo significa tener salud, poseer bienes materiales, desempeñar un cargo de relieve social o político o un puesto de trabajo, bien remunerado, gozar de autoridad, disfrutar mucho de las cosas, comer muchas, buenas y variadas comidas exquisitas y degustar bebidas agradables al paladar y beneficiosas para la salud, divertirse de muchas maneras... Eso es un año feliz para el que no ve las cosas nada más que con los ojos del mundo y las considera en relación al bienestar de los apetitos carnales. Pero la verdadera felicidad no consiste en la salud, porque se puede ser feliz espiritualmente en la enfermedad; ni tampoco en las riquezas, porque se puede ser desgraciado con ellas y feliz con la pobreza. Muchos tienen posesiones inmensas y son desgraciados, y otros tienen lo necesario para vivir y son inmensamente felices, porque la felicidad no consiste en tener muchas cosas sino en no necesitar nada más que lo necesario para vivir.

Para muchos, que son espirituales, no cristianos, la felicidad consiste en satisfacer las aspiraciones del hombre: buscar y encontrar la verdad, cultivar la ciencia, bucear en la sabiduría y gozar con ella, fomentar el amor, la justicia, la amistad... Pero no todos son felices, porque muchos satisfaciendo las aspiraciones buenas del hombre, son desgraciados; y otros con las cosas más elementales de la vida el amor, la justicia, la amistad, la paz y otros valores, son felices.

Para nosotros que somos hombres de fe y cristianos, el año feliz no significa totalmente ni lo uno ni lo otro. No descartamos la realidad de que para la felicidad humana contribuyen mucho los bienes materiales y espirituales, pero sabemos que la felicidad esencial no consiste solamente en ellos, pues con los esenciales, se puede ser feliz.

Cuando nosotros nos felicitamos el año nuevo desde la fe, nos deseamos un año nuevo lleno de la gracia de Dios y también lleno de gracias materiales y espirituales, en perfecta subordinación a la voluntad divina, que consiste fundamentalmente en el cumplimiento de la ley y en la aceptación de los acontecimientos de la vida, de cualquier manera que se manifiesten. Sólo así se puede ser totalmente feliz, con las pequeñas y normales contrariedades de la vida. La verdadera felicidad evangélica consiste en vivir en gracia de Dios, conformarse con lo que se ha recibido, con lo que uno tiene, es decir, conformarse con uno mismo y no ambicionar nada de este mundo, que nos lleve al pecado.

Si yo busco el dinero, no como fin, sino como medio para cumplir mis necesidades y ser feliz, hago muy bien y estoy dentro de la felicidad humana y cristiana. Y si busco la riqueza como medio para mi felicidad y la de otros y con fines sociales consigo un bien personal y común. Se puede ser feliz o desgraciado en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, en la niñez,  juventud y vejez, en la vida larga o corta, pues las cosas de este mundo pueden ser medios para la felicidad, si se administran bien, y medios para las desgracias, si se utilizan mal, para el pecado.

Desde la fe, hermanos, un año nuevo es aceptar la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste, agradable a la naturaleza o desagradable: con salud y fortuna y con enfermedad e infortunios.

Os deseo y me deseo un año distinto nuevo en amor, gracia y santidad, conforme con lo que Dios tenga preparado para cada uno de nosotros, aceptando con fe las enfermedades, los momentos buenos y malos que vayan a venir, sabiendo que Dios es Padre y quiere el bien para todos sus hijos. De esta manera cada año nuevo será siempre feliz en la tierra, y después, cuando este mundo termine, vendrá la eternidad feliz, que nunca acaba, en unión con Dios, visto y poseído en totalidad y gozo de todos los ángeles y los santos, resplandor de la gloria de Dios eterna.

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