domingo, 31 de diciembre de 2023

Santa María Madre de Dios. Ciclo B

 


Hoy celebramos el día de la Madre de Dios, precisamente en el estreno del un año nuevo. ¡Qué coincidencia más feliz!

Hoy y en los días siguientes, todos vamos a felicitarnos el año nuevo con una frase usual ¡Feliz año nuevo! para desearnos lo mejor. Hagamos una reflexión sobre estas palabras.

Realmente cada año es nuevo, y también cada mes, cada día, cada hora y cada tiempo, porque ningún momento es igual, todo es distinto y nuevo, aunque se hagan las mismas cosas.

¿En qué consiste la felicidad que nos deseamos?

La felicidad puede concebirse bajo tres perspectivas diferentes: felicidad humana, felicidad espiritual, y felicidad cristiana.

Para un hombre de mundo, sin fe, feliz año nuevo significa tener salud, poseer bienes materiales, desempeñar un cargo de relieve social o político o un puesto de trabajo, bien remunerado, gozar de autoridad, disfrutar mucho de las cosas, comer muchas, buenas y variadas comidas exquisitas y degustar bebidas agradables al paladar y beneficiosas para la salud, divertirse de muchas maneras... Eso es un año feliz para el que no ve las cosas nada más que con los ojos del mundo y las considera en relación al bienestar de los apetitos carnales. Pero la verdadera felicidad no consiste en la salud, porque se puede ser feliz espiritualmente en la enfermedad; ni tampoco en las riquezas, porque se puede ser desgraciado con ellas y feliz con la pobreza. Muchos tienen posesiones inmensas y son desgraciados, y otros tienen lo necesario para vivir y son inmensamente felices, porque la felicidad no consiste en tener muchas cosas sino en no necesitar nada más que lo necesario para vivir.

Para muchos, que son espirituales, no cristianos, la felicidad consiste en satisfacer las aspiraciones del hombre: buscar y encontrar la verdad, cultivar la ciencia, bucear en la sabiduría y gozar con ella, fomentar el amor, la justicia, la amistad... Pero no todos son felices, porque muchos satisfaciendo las aspiraciones buenas del hombre, son desgraciados; y otros con las cosas más elementales de la vida el amor, la justicia, la amistad, la paz y otros valores, son felices.

Para nosotros que somos hombres de fe y cristianos, el año feliz no significa totalmente ni lo uno ni lo otro. No descartamos la realidad de que para la felicidad humana contribuyen mucho los bienes materiales y espirituales, pero sabemos que la felicidad esencial no consiste solamente en ellos, pues con los esenciales, se puede ser feliz.

Cuando nosotros nos felicitamos el año nuevo desde la fe, nos deseamos un año nuevo lleno de la gracia de Dios y también lleno de gracias materiales y espirituales, en perfecta subordinación a la voluntad divina, que consiste fundamentalmente en el cumplimiento de la ley y en la aceptación de los acontecimientos de la vida, de cualquier manera que se manifiesten. Sólo así se puede ser totalmente feliz, con las pequeñas y normales contrariedades de la vida. La verdadera felicidad evangélica consiste en vivir en gracia de Dios, conformarse con lo que se ha recibido, con lo que uno tiene, es decir, conformarse con uno mismo y no ambicionar nada de este mundo, que nos lleve al pecado.

Si yo busco el dinero, no como fin, sino como medio para cumplir mis necesidades y ser feliz, hago muy bien y estoy dentro de la felicidad humana y cristiana. Y si busco la riqueza como medio para mi felicidad y la de otros y con fines sociales consigo un bien personal y común. Se puede ser feliz o desgraciado en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, en la niñez,  juventud y vejez, en la vida larga o corta, pues las cosas de este mundo pueden ser medios para la felicidad, si se administran bien, y medios para las desgracias, si se utilizan mal, para el pecado.

Desde la fe, hermanos, un año nuevo es aceptar la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste, agradable a la naturaleza o desagradable: con salud y fortuna y con enfermedad e infortunios.

Os deseo y me deseo un año distinto nuevo en amor, gracia y santidad, conforme con lo que Dios tenga preparado para cada uno de nosotros, aceptando con fe las enfermedades, los momentos buenos y malos que vayan a venir, sabiendo que Dios es Padre y quiere el bien para todos sus hijos. De esta manera cada año nuevo será siempre feliz en la tierra, y después, cuando este mundo termine, vendrá la eternidad feliz, que nunca acaba, en unión con Dios, visto y poseído en totalidad y gozo de todos los ángeles y los santos, resplandor de la gloria de Dios eterna.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Sagrada Familia. Ciclo B

 


Dentro del ciclo litúrgico de la Navidad celebramos tres fiestas importantes: el nacimiento de Jesús, la Sagrada Familia y la solemnidad de la Madre de Dios, el 1 de Enero. 

Concibiendo las cosas en un sentido eterno podríamos decir que la Santísima Trinidad, Tres Personas Divinas y un solo Dios verdadero, es la Santísima Familia Trinitaria de la que proceden todas las cosas y es símbolo y referencia de toda familia humana. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son tres Personas distintas, realidades divinas inconcebibles en la única esencia divina. “Al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad” proclamamos en el prefacio de la solemnidad de la Santísima Trinidad. 

En la Tierra existió en el tiempo la Trinidad humana de la salvación gloriosa, la Sagrada Familia de Nazaret, San José, la Virgen y el Niño,  modelo perfecto de toda familia natural e instituida.

En Nazaret había tres personas distintas en dignidad y  en orden jerárquico de disciplina familiar. La Persona más digna de las tres fue, sin duda, el Niño Jesús, que era Dios y, sin embargo, fue el inferior en el orden jerárquico de autoridad, pues estaba sujeto a la obediencia de los padres, como nos dice el Evangelio en el relato de la escena del Niño perdido y hallado en el templo: “Jesús bajó con sus padres a Nazaret y siguió bajo su autoridad”. Después la Virgen que después de Jesús tenía la segunda dignidad, Madre de Dios,  y, sin embargo, estaba a las órdenes de San José. Y por último, San José, la autoridad familiar jerárquica, que era el que menos dignidad tenía.

La sagrada familia es modelo de toda familia humana e instituida porque en ella resplandecen todas las virtudes necesarias para la convivencia familiar. El Hijo, obediente a los padres en todo, José  ejerciendo la autoridad jerárquica con sumisión amorosa a María, y María obedeciendo a José con sumisión amorosa, y todos, unidos íntimamente en el amor y en la acción familiar, mirando el bien de la trinidad de Nazaret. 

Los padres de Jesús cuando no entendían ciertos comportamientos misteriosos del Niño, los comprendían con amor,  guardando todas las cosas en el corazón, sin comentarios ni críticas, y ni siquiera pensamientos, aceptando por la fe las decisiones de su Hijo en quien creían como en Dios.  

Porque todos los hombres descendemos de un tronco común, Adán y Eva, somos hermanos que formamos una misma Comunidad humana. La humanidad es una familia de hijos de Dios como miembros de una misma naturaleza, en la que todos los hombres debemos vivir en fraternidad con respeto mutuo a las libertades legítimas y defensa y obediencia a los derechos humanos y divinos. 

La Iglesia es también la gran familia de los hijos de Dios a la que pertenecemos los bautizados en la fe de Cristo, y a la que pertenecen también todos los creyentes de todas las religiones, de una manera o de otra, y todos los hombres del mundo. 

Todos juntos debemos amarnos como hermanos y comprendernos, no en el sentido de que nosotros, por ser buenos y virtuosos, tenemos que comprender solamente a los demás que tienen defectos o pecados, y pedir a Dios fuerzas para ejercitar esa comprensión, en cierto sentido, soberbia y no caritativa, sino sabiendo que nosotros también somos objeto de la comprensión para los demás. 

Todos sufrimos y necesitamos la comprensión, unos más y otros menos, de una o de otra manera; unos porque debemos aguantar los defectos de los otros; y los otros porque tienen que sufrir los defectos, carácter o virtudes de los unos. También tenemos que comprender todos a Dios, porque tenemos que aceptar por fe los designios de Dios, que nos hacen sufrir.

domingo, 24 de diciembre de 2023

Navidad. ciclo B

 


La Navidad es el tiempo en que se recuerda y celebra el nacimiento del Amor de Dios, hecho hombre, en la Persona de Jesús, Salvador, nacido en Belén de Santa María Virgen; amor que fue enseñado en su vida oculta durante treinta años con el ejemplo vivo de la oración y del trabajo; predicado en su vida pública por la proclamación del Evangelio y realización de milagros, y demostrado con su muerte en la cruz, con el derramamiento de su sangre divina. El tiempo litúrgico de Navidad es una ocasión muy buena para hacer unas reflexiones sobre el amor verdadero, el amor cristiano en sentido teológico.  



El amor, esencia de la vida del ser humano y fundamento de su felicidad en esta vida y en la otra, es uno de los conceptos más difíciles de entender y explicar porque forma parte del misterio del hombre en la más profunda intimidad de su existencia. Los poetas idealizan el amor con su musa más o menos inspirada; los literatos lo describen con estilos diferentes, acomodados a su manera de pensar y vivir; los filósofos hacen discursos sobre él, a capricho de la ideología de su pensamiento; los artistas gastan su genio en expresarlo con su propia personalidad en signos diversos; y cada uno, hijo de su padre y de su madre, lo entiende y lo vive a su manera o con arreglo a la cultura o formación humana y religiosa que ha recibido.

Para unos amar es sentir en el propio ser una inclinación hacia una persona que radica en el sentimiento o en el alma, y lo viven y demuestran de muchas maneras. Para otros el amor consiste en buscarse a sí valiéndose del otro: te amo porque te necesito, porque tú me sirves para que sea yo. Para la gente del mundo, el amor es una satisfacción sexual, que calma por un momento la pasión de la carne y, sin alimentar el corazón, lo deja con hambre de egoísmo sexual. El sexo es complemento del amor matrimonial, cuando se busca con él la expresión del amor natural o cristiano, traducido en obras, y no cuando se busca por egoísmo solamente el placer personal animalizado.

El amor humano suele ser:

· causal: te amo porque me amas;

· final: te amo para que me ames;

· condicional: te amo si me amas;

· temporal: te amo mientras me amas.

El amor humano, cualquiera que sea, es limitado, necesitado de correspondencia, imperfecto, incluso el amor de la madre normal, que se considera el amor más perfecto en lo humano, requiere la paga del hijo, aunque el hijo por sí mismo satisface el corazón de la madre, aunque con dolor si no es correspondida por el hijo. La buena madre suele perdonar la falta de correspondencia del hijo; la justifica externamente con dolor en el corazón; la defiende ante extraños, se desahoga con los confidentes, pero jamás la condena.

El que ama necesita humanamente la correspondencia del amor del otro a quien ama, pues amar y no ser correspondido es más dolor que gozo. Se ama con limitaciones, defectos y pecados, propios de la fragilidad humana de la naturaleza caída. Amar es más darse que dar, pues el que ama da también, pues el dar es expresión necesaria del darse.

El que dice que ama y no da, se ama más que ama. Dar porque que te dan es educación, agradecimiento o correspondencia. Dar solamente para que te den, es egoísmo. ¡Qué gozo tan singular se siente cuando se hacen cosillas insignificantes que nadie sabe, por amor a Dios! Cuando prestas a la persona que amas continuos y pequeños servicios, eres Señor del amor en grandes cosas. Las cosas pequeñas se hacen grandes, las ordinarias extraordinarias, y las extraordinarias heroicas por la magia virtuosa del amor. El hombre de fe nunca hace cosas pequeñas, pues todas las cosas que hace son grandes, porque grande es Dios por quien las hace.

El verdadero amor se explica solamente en sentido evangélico, cristiano, teológico: amar de balde, aunque uno no sea correspondido humanamente en el amor, al estilo de Dios, que se nos ha regalado en la Persona de Jesucristo. "En esto hemos conocido el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros" (I Jn 3, 16).

sábado, 23 de diciembre de 2023

Cuarto domingo de Adviento. Ciclo B


En la primera lectura de la liturgia de la Palabra que estamos celebrando, del segundo libro de Samuel,  aparece por dos veces una frase muy repetida en la Biblia: El Señor está contigo. En este pasaje se nos cuenta que cuando David se estableció en su palacio, después de haber vencido a sus enemigos y en su reino se estableció la paz, dijo al profeta Natán: 

- Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras que el arca del Señor vive en una tienda.

Natán respondió al rey:

- Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.

Por la noche recibió Natán la palabra de Dios y le dijo:

- Ve y dile a mis siervo:

- Yo estaré contigo en todas tus empresas. Te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán siempre en mi presencia. 

En estas palabras ven los interpretes de la Biblia una profecía sobre la Iglesia, que durará hasta el fin de los siglos. 

Esta misma frase “El Señor está contigo” aparece en el evangelio de hoy, en el que se relata la anunciación a Santa María del misterio de la encarnación del Hijo de Dios en su seno virginal por obra del Espíritu Santo. El ángel entrando en su presencia dijo:

-Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. 

¿Qué significa la frase “El Señor está contigo”? 

Bíblicamente tiene un sentido de una protección especial de Dios, de fortaleza que concede al hombre que tiene que realizar grandes empresas o cumplir una misión difícil. Es como decir al hombre débil, asustado ante las dificultades que se le presentan en el cumplimiento de la voluntad de Dios, teniendo en cuenta su debilidad y sus pocas cualidades:

No tengas miedo, yo estaré siempre contigo, aunque en ocasiones te puedas sentir abandonado o desamparado.

Esta expresión tiene también en sentido popular una protección humana con quien amamos o queremos proteger para darle seguridad y confianza en la misión que se le ha encomendado, como diciendo:

- ¡No tengas miedo! Porque yo estoy contigo, no estás solo, cuenta con mi ayuda, empuje, amparo, apoyo, fortaleza para que puedas hacer lo que debes, superar las pruebas o dificultades que se te presenten...

Es posible, probable y casi seguro que algunos de los oyentes se preguntarán: ¿Cómo va a estar Dios conmigo si tengo muchas desgracias personales en mi familia, en el trabajo, en la amistad? ¿Cómo va a estar Dios con los hombres, con el mundo, si existen tantas injusticias y el que es bueno siempre es aplastado, mientras que el malo triunfa, vive bien? ¿Dónde está la presencia y fortaleza de Dios con el pobre, con el débil? ¿No parece que se vuelca con el rico, el poderoso, el malvado?

Hermanos, el significado pleno de “el Señor está contigo” tiene una referencia transcendente en orden a la vida eterna del hombre.

Expliquemos a grandes rasgos esta verdad teológica. Todas las cosas, tanto buenas como malas, son medios para conseguir un fin supremo: la gloria de Dios y la salvación de los hombres. En el uso recto y bueno de las criaturas, el hombre cuenta con una asistencia especial de Dios. Pero sucede, porque somos humanos, que apreciamos las cosas buenas y despreciamos las malas, como es natural, haciendo de ellas una evaluación equivocada en sentido cristiano, porque bueno es lo que a Dios me lleva, aunque sea malo humanamente hablando, y malo lo que me separa de Él, aunque sea bueno y me guste.

Pero no es justo que nos hagamos solamente interrogantes ante la presencia del mal, pues si somos consecuentes y hacemos memoria, tenemos que ver la protección de Dios y su presencia en las muchas cosas buenas que nos proporciona. ¡Cuántas veces hemos dado gracias a Dios por los beneficios que hemos recibido, sin pedirlos, y cuántas porque nos ha concedido lo que hemos pedido y deseado! Seamos justos y sepamos siempre que Dios, como buen Padre, nos regala bienes o nos castiga, prueba o premia con males, que en su último fin son bienes.

El Señor está contigo, aunque tú no estés con Él, incluso aunque tú estés contra Él. Está contigo con su presencia de inmensidad dentro de ti, para que seas tú y Él sea en ti. Está en cada cosa que existe por su presencia conservadora, que equivale a una presencia creadora permanente. Está contigo, si tú quieres, por una presencia sobrenatural de gracia santificante, presencia trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siendo Él mismo, dando el ser permanente a todas las cosas y siendo objeto de adoración y culto en tu corazón con experiencias místicas con vivencia de la fe.

Por consiguiente, revive tu  fe en Dios Padre, cuando las cosas te vayan viento en popa, y también cuando te salgan torcidas o al revés, sufras un contratiempo, te ocurran desgracias, enfermedades, sientas el desprecio de los familiares o amigos, o las circunstancias te azoten con el látigo del dolor. Dios está contigo llevándote de la mano, en brazos, tirando de ti o empujándote por detrás para que tengas fuerza para la lucha.

Que Dios que es Amor, infinita sabiduría y omnipotencia, te bendiga siempre en todos los acontecimientos de la vida, buenos o malos, y te haga ver que está contigo, aunque tú no estés con Él, porque como Padre no quiere estar sin ti, porque es presencia de inmensidad o presencia amorosa de gracia, y espera que tú estés siempre con Él en el tiempo y en la eternidad, glorificando a Dios en las cosas buenas y aceptando las malas, que no sean pecados, como medios para el bien supremo de ver y gozar a Dios eternamente, y en Él y con Él cantar las misericordias del Señor

sábado, 16 de diciembre de 2023

Tercer domingo de Adviento. Ciclo B

 


La palabra adviento, en su sentido etimológico, quiere decir advenimiento o venida o llegada. En el culto pagano se utilizaba para solemnizar la llegada de la estatua del dios patronal al templo de un pueblo o capital. En la antigua cultura romana significaba la venida del Emperador o de un personaje oficial a un lugar de sus territorios. Todos estos acontecimientos suponían una intensa, difícil, compleja y costosa preparación que terminaban en una solemne celebración de fiesta popular. En sentido bíblico era la preparación y llegada de un Rey o de un dignatario oficial a su pueblo.

Los primeros cristianos, imitando las costumbres tradicionales de su época, incorporaron el concepto de adviento a su primitiva liturgia en un doble sentido: Adviento o tiempo de preparación para la Navidad y advenimiento o Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús. A esto contribuyó mucho la figura profética de Juan el Bautista, el Precursor del Mesías, que invitaba al pueblo judío a prepararse para la venida del Señor.

El origen de la formación del ciclo litúrgico de Adviento y el tiempo en que se celebraba son circunstancias casi desconocidas en la historia de la liturgia de la Iglesia. Parece ser que, desde finales del siglo IV y durante el siglo V, en España y Francia los cristianos empezaron a celebrar el tiempo de adviento con una intensa vida de oración y penitencia. En Francia, en concreto, por normativa del Concilio de Tours, los monjes se preparaban para la Navidad ayunando todos los días del mes de Diciembre e intensificando su vida de piedad. Los clérigos, y probablemente también todos los fieles, ayunaban y cantaban el oficio divino desde el 11 de Noviembre, fiesta de San Martín, hasta Navidad, tres días por semana: lunes, miércoles y viernes. El adviento revistió un carácter oracional y penitente hasta el punto que llegó a considerarse como una segunda cuaresma; y se celebraba en un tono gozoso, profético, lleno de esperanza inefable ante la venida litúrgica del Mesías con proyección escatológica.

El tiempo del adviento en Occidente fue muy variado, duraba desde seis semanas a cinco. Durante el pontificado de S. Gregorio Magno, año 604, el adviento quedó definido en cuatro semanas o domingos, tal como se celebra hoy, aunque la liturgia de la Palabra ha variado mucho en el decurso de los siglos.

En un sentido amplio, podemos concebir cinco acepciones diferentes del adviento: histórico, litúrgico, sacramental, eucarístico y teológico.

Adviento histórico en el Antiguo Testamento

Desde el punto de vista histórico, en el mismo momento en que el hombre pecó, Dios le prometió en un lenguaje apocalíptico la venida de un Salvador en la llamada profecía del Protoevangelio (Gn 3,15). Y desde entonces empezó el adviento en el Antiguo Testamento o la espera del Mesías, anunciado por Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas en distintas ocasiones y de muchas maneras (Hb 1,1). Durante un período largo de muchos siglos, el pueblo de Israel se convirtió en el gran maestro de la esperanza, animado por los profetas, principalmente Isaías; y llegó a la plenitud de los tiempos con Juan Bautista, el Precursor del Mesías.

Como las múltiples profecías sobre la venida del Salvador fueron escritas en la Biblia en estilo literario de género popular, frecuentemente enigmático, y en distintas épocas en las que el sufrido pueblo de Israel estaba sometido a constantes guerras, frecuentes deportaciones, injustos exilios y esclavitudes inhumanas, las profecías mesiánicas fueron interpretadas frecuentemente en sentido humano y sociopolítico con carácter religioso. Muchos imaginaban que la llegada del Mesías sería un acontecimiento histórico grandioso, espectacular. Esperaban para Israel un Rey temporal que constituiría un reino humano, sociológico y político; y de esta forma se tergiversó el verdadero sentido de la venida del Mesías, a pesar de estar revelado como Redentor, Mesías y Salvador de todos los hombres en el Antiguo Testamento, que constituiría un Reino transcendente: temporal y eterno, material y espiritual.

Adviento histórico en el Nuevo Testamento

El advenimiento de Jesús tuvo lugar en el momento en que el Hijo de Dios fue concebido por el Espíritu Santo en las entrañas purísimas de Santa María Virgen, nacido después virginalmente en Belén. Era la llegada del Mesías en su ser personal de Dios y hombre en el útero virginal de María.

Después de vivir alrededor de treinta años oculto en Nazaret, redimiendo místicamente al nuevo Pueblo de Dios, mediante la oración y el trabajo de la vida ordinaria en obediencia, predicó el Evangelio realizando milagros durante unos tres años; y, por fin, padeció, fue crucificado, murió, resucitó al tercer día y subió a los Cielos. Era la llegada del Mesías realizando la salvación en la constitución del Reino de la Iglesia.

Terminada la misión que el Padre había encomendado a Jesús en la Tierra, después de anunciar a sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo, para que les comunicara la fuerza de ser testigos de Él hasta los últimos confines de la Tierra, en presencia de todos empezó a subir a los Cielos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al Cielo viendo cómo se iba Jesús, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

- Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,8-11). 

Los cristianos del siglo I creyeron firmemente que la segunda venida del Señor iba a ser un acontecimiento inminente, como aparece claramente en la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2 Ts 2,1-3).  Pero “el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo del hombre, sólo el Padre” (Mc 13,32).

Desde el mismo momento en que Jesús subió a los Cielos empezó el Adviento escatológico  del nuevo Pueblo de Dios, que terminará al fin del mundo, “en que Cristo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá, revestido de poder y gloria, sobre las nubes del Cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la nueva tierra, como rezamos en el prefacio tercero de Adviento. Entonces Cristo Rey vendrá a juzgar a vivos y muertos y a consumar el misterio de la redención humana, entregando al Padre un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz (pref de Cristo Rey).

La liturgia actual describe el adviento histórico en su doble sentido con estas palabras: “Al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar” (primer prefacio de Adviento).

Adviento litúrgico

El adviento, en su acepción litúrgica, es un tiempo de preparación para la Navidad. Contiene una riqueza bíblica sobre el misterio de la salvación, desde la entrada de Jesús en la Historia hasta su final; y evidencia con fuerza la dimensión escatológica del misterio cristiano.

Su estructura consta de cuatro domingos que nos preparan para conmemorar el aniversario del nacimiento de Jesús, Redentor, centro de la Historia humana. El primer domingo coincide con el comienzo del año litúrgico, que termina el día de la solemnidad de Cristo Rey.

La liturgia invita a los cristianos a vivir, entre otras, tres actitudes esenciales del adviento: la conversión, la preparación  para conmemorar el nacimiento de Jesús, en la Navidad, y la vigilante espera de la venida del Señor, a la hora de nuestra muerte, dentro del adviento escatológico. 

- La conversión de la vida de pecado a la vida de gracia y de la vida de gracia a mayor perfección es una condición indispensable para celebrar el advenimiento litúrgico de Jesús en la Navidad.

- La preparación para la Navidad en oración y penitencia.

- La vigilante espera de la venida del Señor para cada hombre, a la hora de su muerte. Es la gozosa esperanza en Dios, Padre infinitamente misericordioso, que colma de alegría y paz con la desbordada fuerza del Espíritu Santo (Rm 15,13) para celebrar con Cristo en el Cielo la navidad eterna. 

El adviento es un tiempo de oración, penitencia y  ejercicio de buenas obras en el que el cristiano debe intensificar su adviento histórico para la venida del Señor y el Aviento litúrgico como preparación para la Navidad. Es más, debe convertir toda su vida en un adviento permanente, preparándose para el encuentro personal con Jesús, empuñando la antorcha de la fe de la Iglesia. La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino como expectación confiada y gozosa de Dios que viene a liberarnos de todo mal y a salvarnos definitivamente.

Adviento sacramental

En un sentido espiritual, se puede concebir también una nueva acepción de adviento: adviento sacramental, que es el tiempo en que el cristiano se prepara para recibir un sacramento cualquiera. Cuanto mejor se prepara uno para recibir un sacramento, mayor es la gracia que se recibe. Cuando Cristo se hace presente en la celebración de un sacramento, se celebra la navidad del nacimiento de la gracia en el alma. Es adviento cuando el cristiano se prepara para recibir a Cristo en su gracia en el sacramento y es navidad cuando se ha recibido.

Adviento eucarístico

Es adviento eucarístico, cuando el cristiano hace de su vida de fe una preparación permanente para asistir a la llegada de Jesús sacramentado, bajo las especies de pan y vino, en el sacrificio de la Santa Misa. Es adviento eucarístico cuando el cristiano se prepara para la celebración de la Eucaristía, y Navidad eucarística cuando Cristo nace sacramentalmente en el sacrificio de la Santa Misa. 

Adviento teológico

Y, por fin, celebrando el adviento de todo el año litúrgico y el adviento sacramental y eucarístico, se puede hablar también de un adviento teológico, que es la preparación total y absoluta del cristiano para recibir a Jesucristo en todos los encuentros con los hombres y con los acontecimientos, como nos enseña la liturgia de adviento en el prefacio del tercer domingo: “El mismo Señor, que se nos mostrará entonces lleno de gloria, viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino” (Pref III de adviento).

Resumiendo, es adviento escatológico mientras que la Iglesia en su estado de peregrinación en la Tierra se prepara, de muchas maneras, para la venida del Señor al final de los tiempos, momento en que se celebrará la navidad eterna del triunfo y la gloria de Jesucristo, Rey, que consumará su reinado eterno, objeto de felicidad completa de todos los bienaventurados, en compañía de María y de todos los ángeles en el Cielo. 

Es adviento litúrgico cuando los cristianos se preparan espiritualmente para la Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús, el 25 de Diciembre. 

Es adviento sacramental cuando vivimos en unión con Dios y santas obras esperando celebrar la navidad de la gracia en cualquier sacramento. Es adviento eucarístico cuando hacemos que nuestra vida santa sea una preparación permanente para la llegada de Jesús sacramentado en el sacrificio de la Santa Misa y lo recibimos en el corazón para vivir unidos a todos los hombres y a todas las cosas. Y es adviento teológico cuando con todos los actos de nuestra vida hacemos que sea navidad esperando y celebrando diversos encuentros con Cristo.

sábado, 9 de diciembre de 2023

Segundo domingo de Adviento. Ciclo B



Hoy, segundo domingo de adviento, tiempo de conversión, comenzamos la segunda etapa del camino litúrgico que nos va acercando a la Navidad, celebración del cumpleaños de Jesús.

Aquella Navidad histórica que se celebra litúrgicamente cada año el 25 de Diciembre, fue el gran acontecimiento de la Humanidad: el nacimiento de Jesucristo, centro de la historia y eje, alrededor del cual gira toda la vida de la Iglesia. Cristo nació, vivió, murió y resucitó para salvar a todos los hombres, mediante su misterio pascual.

Cuando Jesucristo terminó personalmente la Redención en la tierra, resucitado, confirió a sus Apóstoles, los mismos poderes que había recibido del Padre (Jn, 20,21), con el encargo de perpetuar su misma misión hasta el fin del mundo (Mt 28,18). Y después, subió al Cielo en cuerpo glorioso, para seguir realizando desde allí la salvación ministerialmente por medio de la Iglesia, hasta que vuelva otra vez al fin de los tiempos (Hech 1,111).

Efectivamente, Cristo Rey volverá a la tierra a terminar su obra. Entonces juzgará a vivos y muertos con rigurosa justicia de infinita misericordia, y por fin, consumará definitivamente su reino eterno y universal: reino de la verdad y la vida, reino de la santidad y la gracia, reino de la justicia, el amor y la paz, como rezamos en el prefacio de la Misa de Cristo Rey.

La liturgia de la palabra de hoy contiene tres lecturas de la Sagrada Escritura, que nos ofrecen el alimento espiritual para disponernos al banquete eucarístico del Cuerpo y la Sangre de Jesús en esta santa Misa; y también para fortalecer nuestra fe a lo largo de la semana en medio de este mundo descreído y materialista en que vivimos.

La primera lectura, original del Espíritu Santo, y escrita por Isaías, contiene esencialmente el mensaje de conversión, que el profeta transmitió al Pueblo de Israel, con vivas y expresivas imágenes de inspiración poética: “En el desierto preparadle un camino al Señor, Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”.

Mensaje que equivale a decir: Pueblo de Israel, conviértete a Dios y deja de ser estepa sin camino: que los humillados y esclavizados por la injusticia, simbolizados por los valles, sean levantados del hundimiento de su degradación personal y social, y consigan una altura justa de dignidad humana en pacífica convivencia; que los explotadores del egoísmo, del poder, del dinero y del sexo, simbolizados por los montes y colinas, se abajen: depongan su ambición,  su soberbia y su injusticia; que los pecadores torcidos o desviados del camino de Dios por el pecado y los vicios, expresados con el símbolo de "lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale", se conviertan. Y todos, unos y otros, construyan para el Señor que viene un camino de justicia y paz.

El Evangelio de San Marcos, haciendo alusión al profeta Isaías, repite el mismo anuncio de la venida del Mesías, la misma salvación y el mismo mensaje puestos en boca de San Juan Bautista: "Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. El profeta predica la conversión del pueblo, simbolizada por el bautismo de agua, figura del bautismo del Espíritu Santo,  que Jesucristo había de instituir en el tiempo.

La segunda lectura del Apóstol San Pedro alude al fin del mundo, que será transformado sustancialmente en “un cielo nuevo y una tierra nueva, en que se habite la justicia”. Y mientras llega ese momento, el Apóstol nos exhorta a "esperar estos acontecimientos, procurando que Dios nos encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables".

Por tanto, hermanos, vivamos el tiempo del adviento con una vida santa de conversión permanente, para prepararnos litúrgicamente para la Navidad. Y hagamos que nuestra vida sea siempre un adviento teológico, que nos prepara para la Navidad de nuestra muerte, con la mirada puesta en la Parusía, el triunfo de  la Iglesia, que tendrá lugar con la segunda venida de Jesús, no sabemos cuándo.

Hermano, si quieres, para ti siempre es adviento y siempre es Navidad. El adviento cuando esperas la venida de Jesús en su gracia; y Navidad  cuando lo recibes en Persona sacramentada.

Es adviento, cuando rezas privadamente o en comunidad; y Navidad cuando recibes la presencia garantizada de Jesús en medio de los que rezan juntos.

Es adviento, cuando trabajas y realizas las cosas sencillas y ordinarias de la vida en unión con Dios; y Navidad cuando recibes la gracia de la perfección personal y la gracia místicamente apostólica de la santificación del mundo.

Es adviento, por último, cuando aceptas, sufres, y ofreces al Señor las contrariedades de la vida, y haces que tu cruz, el dolor, sea sacrificado; y es Navidad cuando recibes la fortaleza de Jesús para sufrir con la esperanza de la resurrección eterna.

Para un hombre de fe profunda cada acto cristiano que hace es, a la vez, adviento y Navidad que celebra la teología de la esperanza

jueves, 7 de diciembre de 2023

Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Ciclo B

 


María en cuanto persona es Inmaculada, que significa “la llena de gracia”,  rebosante de gracia. No estaba llena de gracia, como se dice que un vaso está lleno de agua, aunque le falte un dedo o unas gotas, sino que tenía tanta gracia cuanta necesitaba para cumplir su misión en el mundo como hija de Dios Padre, Madre de Jesucristo, Madre de Dios, Corredentora del género humano y Madre espiritual de todos los hombres. En concreto María Santísima estabarebosante de gracia” santificante en su plenitud; y, por consiguiente, según la doctrina de Santo Tomás de Aquino, predicada por la Iglesia, rebosante también de las virtudes y  dones del Espíritu Santo. 

Aunque María fue concebida Inmaculada, o en plenitud de gracia, santa,  se hizo Santísima porque la gracia excepcional que recibió de Dios no fue  total y definitiva, sino que durante su vida creció en  sabiduría del Espíritu Santo, de la misma manera que Jesús, que, aunque era Dios, como hombre creció en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.  Por consiguiente,  María no tuvo el mismo grado de gracia cuando fue concebida que cuando subió en cuerpo y alma a los Cielos.           

¿Cómo creció la gracia  en María Santísima? 

De igual manera que  crece en nosotros, los cristianos: con la oración, las obras buenas, el sacramento de la Eucaristía que recibió muchas veces, el amor con que hizo todas las cosas y el dolor con que sufrió todos los acontecimientos adversos de la vida. 

María amó tanto a Dios que su amor no es comparable con ningún santo de la Tierra, porque era la Madre de Dios; y sufrió tanto como nadie en el mundo ha sufrido ni podrá sufrir jamás. Esta afirmación no es gratuita, pues puede argumentarse de la siguiente manera: Cuanto más perfecta es una persona, más ama y más sufre. Es así que María es la persona más perfecta que ha existido y existirá, luego amó a Dios y sufrió más que nadie, porque su capacidad de amor y de sufrimiento supera a todas las criaturas salidas de la mano de Dios. 

Pongamos un ejemplo para explicar esta verdad, a sabiendas de que los ejemplos no explican siempre las realidades difíciles, y menos cuando se trata de verdades de fe.

Así como un globo va creciendo en su capacidad a medida que va entrando el aire dentro, y sus paredes se van ensanchando poco a poco,  recibiendo cada vez más aire hasta llegar a su total plenitud, así María, concebida Inmaculada, fue creciendo en gracia con cada acto hasta llegar al final de su vida a su plenitud total. De esta manera María cumplió su misión en la Tierra hasta merecer el premio de la resurrección anticipada, con Asunción en cuerpo y alma a los Cielos.

Nuestra Madre, María, puede ser estudiada e imitada en su santidad bajo muchos aspectos, no sólo en cuanto a su vida evangélica, que fue sencilla y breve en biografía, sino en cuanto a los misterios que nos enseña la Teología Mariana. A mí se me ocurre presentarla hoy como modelo de paciencia, sabiendo que es modelo de todas las virtudes. 

María durante su vida en la Tierra fue modelo de paciencia personal, pues en su constitución de persona existía un equilibrio total y perfecto al no tener las pasiones que inducen al pecado, pues estaba exenta de la concupiscencia. Y las otras pasiones buenas, que conoce la psicología, se desenvolvían  con perfección  inimaginable por la gracia del Espíritu Santo que concurría con ella a la máxima perfección en todos sus actos; modelo de paciencia familiar en el trato con su esposo y su Hijo Jesús a quienes tuvo que aceptar con gozoso sufrimiento no  los pecados que no tuvieron, sino para comprender sus comportamientos misteriosos. En el caso de Jesús, recordemos solamente uno:  el dolor comprendido  que tuvo que padecer María en el encuentro con su Hijo en el templo, a los doce años, cuyo comportamiento, nos dice el Evangelio, que no entendieron sus padres. Y respecto del santo San José, pienso que algunos modos de vivir temperamentalmente la virtud, le ocasionarían  motivos de ofrecer a Dios pequeños y gustosos sacrificios, como le pasaría también a San José respecto de María y del Niño Jesús; modelo de paciencia laboral en el trabajo obligado, aceptando las impertinencias de la gente; y modelo  de paciencia social en las relaciones humanas, que tantos sufrimientos imprevistos conlleva, pero que los sufriría con amor y paciencia. 

Cuando nosotros nacemos, nacemos en pecado. El Sacramento del Bautismo nos perdona el pecado original con la infusión de la gracia santificante. Esa gracia bautismal, cuando llegamos al uso de razón, va creciendo en nosotros por las obras, a lo largo de nuestra vida; pero a veces mengua por la imperfección o tibieza con que realizamos las acciones buenas; o desaparece por el pecado grave que hace perder los méritos adquiridos, que se recuperan por el sacramento de la Penitencia. Sin embargo, la gracia bautismal que recibe una persona subnormal  permanece igual durante toda la vida hasta la muerte, pues al no tener responsabilidad moral, al morir va al Cielo con la plenitud de gracia bautismal que ha recibido en el sacramento. 

Este ejemplo de María, modelo de paciencia, es aplicable a todas las virtudes.  Cada uno reflexione en la presencia de Dios sobre la virtud que más necesite y se la pida a la Virgen, que es modelo de todas las virtudes. 

Imitemos a María Santísima en el crecimiento de las virtudes, pidiéndole la gracia de la fuerza necesaria para crecer en gracia y sabiduría del Espíritu Santo, a medida que vamos creciendo en edad, para que lleguemos a la plenitud total de gracia a la que cada uno ha sido llamado.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Primer domingo de Adviento. Ciclo B




Hoy celebramos el primer domingo de Adviento, el comienzo del año litúrgico. La palabra latina adviento significa venida, llegada de alguien o de algo que supone una espera. En sentido litúrgico podríamos definir el Adviento como la espera confiada y alegre de la venida del Señor.

La vida es una espera constante de acontecimientos nuevos o iguales, con monotonía unas veces y novedad otras. Esperamos con alegría confiada cosas buenas. Por ejemplo, el enfermo espera salir de la enfermedad y recuperar la salud perdida. Si esperamos a alguien con alegría, estamos deseando que llegue el momento de su llegada. En cambio, cuando sabemos que nos va a venir un mal, tenemos pena porque va a venir lo que no queremos. El bien se espera con alegría y el mal se teme con pena.          

La venida del Señor puede interpretarse en tres sentidos diferentes: la venida del Señor litúrgica, que celebramos el día 25 de Diciembre, nacimiento de Jesús. Durante cuatro semanas de adviento nos preparamos con alegría penitente para celebrar el acontecimiento más grande de la Historia: el cumpleaños de Jesús, el recuerdo desbordante y alegre de que el Hijo de Dios se hizo hombre para salvar a todos los hombres. Esta espera, tiempo de esperanza y conversión, tiene referencia con la segunda venida de Jesús al final de los tiempos, pues así lo dijeron los ángeles a los Apóstoles cuando Jesús subió a los Cielos: “Mientras miraban fijos al Cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que le dijeron:

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo habéis visto marcharse.” (Hech 1,11). 

Por tanto, el adviento litúrgico no sólo tiene una dimensión cercana o próxima de preparación para la Navidad, el día 25 de Diciembre, sino también lejana y última: la venida del Señor en la Parusía. ¿Cuándo vendrá? No sabemos. Por supuesto, no como muchos piensan que dentro de treinta y tantos días, el principio del año 2000. 

Cuando el Señor vuelva al final de los tiempos, vendrá a juzgar a vivos y a muertos, a clausurar con solemne majestad el Reino que fundó en la Tierra, que es la Iglesia. Para entender el verdadero sentido del Adviento estas dos dimensiones tienen que ser entendidas como dos elementos de una misma realidad, la del tiempo y la de la eternidad. 

Mientras celebramos el Adviento litúrgico en espera del Adviento escatológico, hay un adviento intermedio de espera para cada uno de nosotros: la espera de la llegada del Señor, a la hora de la muerte, para celebrar la Navidad eterna. Remachando ideas repetimos: Hay tres esperas o tres advientos estrechamente unidos entre sí: adviento litúrgico en que nos preparamos para la Navidad; adviento de la vida en el que nos preparamos para la muerte; y adviento histórico de la Parusía en el que la Iglesia se prepara para la venida definitiva del Señor, al final de los tiempos: la Navidad eterna del Reino de los Cielo.

¿Cuándo vendrá el Señor a buscarnos al final de nuestra existencia? No lo sabemos, pero pronto, pues la vida pasa a velocidad vertiginosa, como el chorro de humo que deja el avión en el firmamento, cruzando el espacio, que inmediatamente desaparece, como si nunca hubiera existido.           

Efectivamente, el Señor vendrá a buscarnos, cuando menos lo pensemos. ¿Cómo tenemos que prepararnos para ese día? Nos dice el Evangelio que en actitud permanente de vigilancia, mientras llega el Señor para recogernos y celebrar en el Cielo nuestra Navidad personal, que es el nacimiento a la vida eterna. ¿Qué significa estar en vela? Vivir siempre en estado de gracia, vivir en una actitud permanente de servicio a los demás en trabajo apostólico, vivir con paciencia esperando los acontecimientos con fe y alegría espiritual, porque todo lo que sucede lo quiere Dios o lo permite para nuestro bien. Por consiguiente, tenemos que aceptar la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste. 

Muchos se cuestionan la existencia del mal en el mundo, y es lógico y natural, y dicen: ¿Cómo Dios, que es Padre de todos los hombres, permite tantos males? Alguien me dijo una vez que perdió la fe porque no entendía la existencia del dolor. A mí me sucede todo lo contrario, pues la existencia del dolor que no entiendo, aumenta más mi fe. Si existen tantas injusticias, tanto dolor, tantas penas en esta vida es porque tiene que haber justicia eterna en la otra. Nuestra felicidad en el Cielo será total y eterna. Consiste en ver y poseer a Dios para siempre. Luego todo dolor que se padece en este mundo es poco en relación con la visión y gozo de Dios, que nunca terminan y colman todas las aspiraciones humanas. En estos días han operado a un amigo mío, sacerdote, que me dijo: Estoy preparado para todo. Está pasándolo muy mal, sufriendo mucho, pero con la esperanza de que el dolor pasa pronto y la felicidad que me espera será eterna. 

No solamente no entienden el misterio del dolor los que no tienen fe, sino que tampoco lo entendemos los que la tenemos. La reacción ante este interrogante angustioso es de dos maneras: una teológica, desde la fe, y otra humana, desde la razón. La teológica esta argumentada de esta manera: Si Dios es mi fin, si Dios es mi móvil y si Dios es mi felicidad eterna, todo lo que me suceda en este mundo, por malo que sea, es poco. ¿Hay quien entienda lo que significa la eternidad en visión y gozo de Dios? San Agustín decía que la eternidad es el concepto más difícil de entender ¿Qué será siempre, siempre, siempre Dios visto y poseído, que es TODO el bien que ni siquiera se puede imaginar? Luego de esta manera se entiende la existencia del mal, que es un medio temporal para el fin último y supremo, que es la felicidad personal, total y eterna del hombre. 

La otra manera de entender el misterio del mal en el mundo, desde la razón, es caer en el existencialismo, en el agnosticismo o en el escepticismo. 

Pues bien, hermanos, el dolor existe, pero tenemos  que aceptarlo con fe. ¿Cómo? En situación permanente de conversión, a la todos estamos obligados. No solamente tienen que convertirse los infieles, los que culpable o inculpablemente no tienen fe, sino también los que la tenemos: los cristianos que no pisan la Iglesia o la pisan en ocasiones sociales y viven de espaldas a Dios, y quizás más los que nos consideramos cristianos comprometidos. El artista que tiene el instinto o carisma del arte, como dicen ahora, tiene que perfeccionarse cada día más para alcanzar la máxima perfección. El cristiano que vive su fe con compromisos por vocación tiene que vivir en una actitud permanente de perfección evangélica. 

¿De qué tenemos que convertirnos? De nuestras miserias, de nuestras debilidades, de nuestras imperfecciones, de nuestro pecados, de nuestros desvíos para que estemos siempre en vela, celebrando el adviento de nuestra vida personal, mientras vivimos en la Tierra, conmemorando cada año el adviento litúrgico de la Navidad con la perspectiva de la espera de la celebración eterna de la Navidad, al final de los tiempos.