sábado, 29 de diciembre de 2018

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

 FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

Se podría concebir  que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo en única divinidad, es la familia divina y eterna de la que proceden todas las cosas, y es la referencia de toda familia humana.   
En el plano humano, la Sagrada Familia, San José, María Santísima y el Niño Jesús constituyen, en perfecta unión humana y divina,  el modelo ejemplar de toda familia natural o instituida.  Hagamos algunas reflexiones pastorales sobre la Familia.

Dignidad y autoridad en la familia
La autoridad en la  Sagrada Familia no era igual que en las demás familias humanas, en las que la autoridad la suele ostentar el padre o la madre o ambos de común acuerdo. El hijo no tiene más autoridad que la obediencia. En cambio, en la familia de Nazaret, la persona menos importante en dignidad era la autoridad máxima, al estilo judío. La Virgen María, persona más digna que San José por ser Inmaculada y Madre de Dios ejercía también la autoridad en mutuo consenso  con su esposo San José. El Niño Jesús Persona divina, no tenía más autoridad que la obediencia, como nos dice el Evangelio: “Jesús bajó con sus padres a Nazaret y siguió bajo su autoridad”. Y, sin embargo tenía más dignidad que San José y María, porque eran personas humanas. El Niño Jesús ayudaría a San José en las tareas del taller y del campo, y a María en las ocupaciones domésticas de la casa, no por obediencia sino por amor redentor.

La autoridad es servicio de amor 
El amor es la autoridad  en la familia. Cuando dos se quieren mucho, el uno sirve al otro y le presta los servicios que necesita no por autoridad ni obligación, sino por amor, lo contrario es justicia, tiranía o egoísmo. Las tres personas de la Sagrada Familia estaban tan íntimamente unidas en el amor, que era el único móvil de toda acción familiar. San José amaba tanto a su esposa María que todo lo hacía por Ella no por  autoridad  sino por la ley jerárquica del amor; y dedicaba también todo su trabajo, fatigas y esfuerzos por su hijo, el Niño Jesús, por la ley del corazón. Y lo mismo María, como esposa y madre todo su pensar, querer y hacer era para su esposo San José a quien amaba humana y espiritualmente como a Ella misma con el amor de Dios; y amaba por encima de todo a su Hijo, Jesús, con corazón de madre de Dios.  ¡Qué misterio de amor! Dios creador de sus padres y, a la vez, sumo a ellos que eran hombres.
  
La Sagrada Familia modelo de toda familia humana
La sagrada familia es modelo de toda familia  humana e instituida, porque en ella resplandecían el amor verdadero y  todas las virtudes necesarias para la convivencia familiar.
En toda familia, fundamento de la Sociedad y de la Iglesia, tiene que existir la felicidad y  la paz humanamente posible: amor afectivo o efectivo en el trato humano de palabra, aunque sea de estilo bondadosamente político, comprensivo con la manera de ser de cada uno y respetuoso  con los ideales; y también comportamiento común de justicia y caridad, porque hoy en la familia hay miembros de distintas ideologías, culturales y religiosas y no religiosas. La convivencia en la familia en la que uno está obligado a vivir  es muy difícil. Para que haya paz en ella  es necesario soportar muchos sacrificios y renuncias por parte de todos los miembros.
La familia cristiana tiene que tener por mira a la Sagrada Familia para imitar sus virtudes.  Es pensable que San José y María, como eran diferentes en el ser y en el obrar, algunas cosas de uno no les gustarían  al otro, cosa natural, como suele pasar en los esposos muy enamorados, incluso entre santos, porque las diferencias accidentales  del ser y obrar, aunque no gustan, se aceptan por el amor. Raramente hay una persona que guste totalmente a la persona amada, pues el amor por muy grande y perfecto que sea, conlleva sufrimientos de cosas o cosillas que no gustan de la persona amada, y la única solución es la comprensión mutua del amor sacrificado. 
Los padres de Jesús cuando no entendían ciertos comportamientos misteriosos del Niño, los comprendían con amor, guardando todas las cosas en el corazón, sin comentarlos ni criticarlos, y ni siquiera pensarlos, aceptando por fe las decisiones de su Hijo que no les gustaban, porque eran hombres y sabían  que su Hijo era Dios. 
Muchas veces en las familias, entre esposos que se quieren mucho, entre padres e hijos y hermanos, que se llevan bien, se rompe o se enfría el amor por tontadas  de soberbia, amor propio o cabezonería. ¡Qué cosa más humana y cristiana es dar la razón a quien no la tiene en aquello que realmente es igual o no tiene mayor importancia! La razón de los hombres  que discuten acaloradamente la llevan subjetivamente todos, algunos o ninguno, pues solamente  Dios sabe quiénes llevan la razón.  Es mejor muchas veces dar la razón a quien no la tiene en cosas pequeñas, sin trascendencia, triviales  por amor a la paz familiar que defender las cosas  con guerra.
La Sagrada Familia es modelo de todas las virtudes que tenemos que imitar,  cada uno la que más necesite para vivir en paz con uno mismo, con los miembros de su propia familia y, sobre todo, con Dios que es quien juzga a todos en justicia y verdad.    

lunes, 24 de diciembre de 2018

NAVIDAD

NAVIDAD
           
            “La Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria” (Jn 1.14).
            Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera “dios”
               
            El Hijo de Dios, sin dejar de ser Él mismo, se humilló hasta tal extremo que se rebajó de su dignidad divina y se hizo hombre, asumiendo la naturaleza humana de Santa María Virgen por obra y gracia del Espíritu San. Nació como hombre, vivió como hombre en todo, menos en el pecado, padeció los dolores más grandes que se pueden imaginar, murió en la cruz, y al tercer día resucitó para que el hombre naciera a la vida de la gracia, viviera siempre en gracia, muriera en gracia y resucitara en gracia, para ser con Cristo resucitado feliz eternamente en el Cielo.
En la liturgia de la Navidad de hoy conmemoramos el acontecimiento singular del nacimiento de Jesús, eje alrededor del cual gira toda la Historia y principio de la salvación de los hombres. La Navidad no es un tiempo mundano  dedicado a la diversión, comilonas, bebidas y juergas,   como para los paganos o no cristianos, sino es una fiesta eminentemente religiosa: el acontecimiento del nacimiento del Salvador, el Mesías, el Señor. Sin embargo, todo el mundo celebra y felicita la Navidad en todos los sentidos: religioso, humano, familiar, comercial, político y mundano, y no cualquier otra fiesta humana.   
El apóstol San Pablo en la segunda lectura de la liturgia de la Navidad, escrita a Tito, nos dice cómo tenemos que celebrar la Navidad: renunciar al pecado, libres del mal moral, en estado de gracia, y llevar una vida sobria, moderada en la celebración, sin excesos en comidas y vino, honrada, dentro de la justicia  religiosa en el ejercicio de la oración, virtudes y santas obras,  en el culto a Dios y servicio a los hombres,  y llena de  gracia (Tit 2,11-14), haciendo que toda nuestra vida sea siempre navidad de amor y felicidad.
La Navidad o nacimiento de Cristo es el comienzo del misterio pascual que comprende su vida oculta de oración, silencio y trabajo en obediencia; su vida pública de predicación del Evangelio y realización de milagros; y su vida de pasión, muerte, resurrección y ascensión a los Cielos. Son las fases que un cristiano tiene que vivir para que en su vida siempre sea NAVIDAD.
Para los cristianos  siempre es Navidad, no solamente  la Navidad litúrgica, el día en que conmemoramos el nacimiento de Jesús, sino  cuando celebramos:

  •  La Navidad de nuestro nacimiento: el paso de no ser a ser persona humana, la criatura más perfecta de la Creación terrestre: imagen y semejanza de Dios;
  • la Navidad del bautismo en el que nacimos a la vida sobrenatural para formar parte de la Familia Divina;
  • la Navidad eucarística porque en la Eucaristía  nace el mismo Cristo resucitado y glorioso del Cielo, que se hace realmente presente bajo las especies de pan y vino en las manos del sacerdote en la cuna del altar
  • la Navidad sacramental, pues  en cada sacramento nace  la gracia de Jesucristo en el alma, si se recibe con las debidas disposiciones;
  • la Navidad oracional para quien se pone en contacto con Dios y recibe el nacimiento de la gracia
  • la Navidad caritativa  en la que se ejerce la caridad con los pobres o se hace cualquier bien al prójimo;
  • y la Navidad teológica en aquellos que hacen que todos los actos de su vida estén hechos con Dios y por Dios: las alegrías y las penas, el trabajo y el descanso,  las caídas y levantadas, los pasatiempos y diversiones, porque cuando se hace el bien es Navidad.             

sábado, 22 de diciembre de 2018

Cuarto Domingo de Adviento. Ciclo C

CUARTO DOMINGO  DE ADVIENTO CICLO C
             23 DE DICIEMBRE
             Aquí estoy para hacer tu voluntad

            La segunda lectura de la liturgia de la Palabra, original del Espíritu Santo y escrita por el apóstol San Pablo en la carta a los Hebreos nos habla de la actitud virtuosa que tenemos que tener siempre en nuestra vida cristiana: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” Esta frase me ofrece una oportunidad para hablar de la voluntad de Dios.
¿Qué es la voluntad de Dios?
Dios es el SER eterno, Bondad Infinita, el que es amando siempre, es misterio absoluto, cuyo concepto no cabe dentro de las categorías del entendimiento ni de imaginación del hombre: Amor en el ser, pensar, querer y obrar. El pensamiento de Dios, su voluntad  y su obrar son conceptos inescrutables para el hombre, que sólo conoce  defectuosamente con metáforas, analogías, errores y limitaciones. Nadie sabe ni puede saber el pensar de Dios, el querer de Dios y el obrar de Dios.  ¿Quién es Dios y cómo será Dios? ¿?
Dios en si mismo, en el seno íntimo de su Ser, Uno y Trino, es un misterio que sólo puede ser conocido en el mundo por la fe. Sólo Dios  puede ser conocido por Él mismo en su plenitud en la esencia de las tres divinas Personas. Los moradores del Cielo conocen a Dios, según la capacidad glorificada que cada uno haya realizado con sus obras buenas en la Tierra.  
El Ser, conocer, querer  y obrar de Dios es una misma cosa en la esencia divina trinitaria, sin distinción real, sino de razón. Cuando lleguemos al Cielo y abramos los ojos del alma glorificada, todo será agradable y gozosa sorpresa: veremos que todo era como sabíamos por la fe en el conocimiento humano y defectuoso en la Tierra,   pero con la total visión y gozo eterno de la Verdad. En el Cielo  entenderemos, veremos y comprenderemos todos los misterios sobrenaturales y naturales, pero no todos los secretos de Dios, exclusivos de las tres divinas Personas.
Los grandes interrogantes que el hombre tiene, que no tienen respuesta humana, sino de fe católica, los comprenderemos con claridad divina. Por ejemplo: ¿Por qué Dios ha creado este mundo en que vivimos, con tantos males, desgracias, enfermedades, odios, guerras, y pecados? ¿Por qué Dios ha creado el hombre, sabiendo que iba a cometer el pecado original, causa de todos los pecados y males del mundo? ¿Cuál es la naturaleza del hombre? ¿Cuál es su fin?  ¿Qué hay después de la muerte?           
La Iglesia católica responde a estos interrogantes de esta manera, que resumo en cuatro principios:
            1 El Universo y el mundo en que vivimos han sido creados por Dios para el bien del hombre, que humanamente no se conoce.
            2 El primer hombre, Adán, fue creado por Dios a su imagen y semejanza, en estado original sobrenatural de gracia con dones preternaturales, para que le sirviera en la Tierra por un tiempo, y lo sometió a una prueba de obediencia, para que, si la superara, fuera glorificado y gozara de Dios eternamente en el Cielo. Pero Adán desobedeció a Dios y cometió el  misterio del llamado pecado original con el que todos los hombres nacemos  con  sus efectos: la ignorancia; concupiscencia o inclinación al mal,  el dolor y  la muerte.
3 Dios Padre se compadeció del hombre, lo perdonó, y le prometió en el Antiguo Testamento, de muchas maneras, la salvación de los hombres  por medio de su Hijo, Dios mismo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y en el Nuevo Testamento se cumplió la promesa: Jesucristo, Dios y hombre verdadero,  redimió al hombre por medio del misterio pascual: Encarnación en Santa María Virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo; nacimiento virginal, pasión, muerte resurrección y ascensión a los Cielos. Este estado en su desenlace final, glorioso, es  infinitamente superior al estado primitivo de Adán, creado por Dios en santidad y justicia.
4º No existe más mal en el mundo que el pecado, los demás males, materiales y humanos, son aparentes y medios para el Bien Supremo que es Dios.

Mientras llega la hora de nuestra redención en su plenitud,  tenemos que aceptar la voluntad de Dios para conseguir la salvación eterna con fe, creyendo que siempre pasa lo que tiene que pasar, no por fatalidad ni casualidad, sino por la causalidad providente del amor  de Dios, infinitamente misericordioso, que siempre quiere o permite todo  para el bien de todos los hombres, según su sabia planificación eterna de la Redención, aunque   la razón humana no lo entienda; fortaleza, pidiendo a Dios la gracia para sufrir  sabiendo que el mal es pasajero para un tiempo y nos reporta el bien eterno del Cielo; esperanza, sabiendo que con la oración, dolor y obras buenas completamos lo que faltó a la Redención de Jesucristo en los miembros de su Cuerpo Místico.

El que es verdadero cristiano consecuentemente cree y vive siempre la voluntad amorosa de Dios en todo lo que acontece, como gracia bondadosa o dolorosa. Por eso hay que  gozar y  sufrir con la disposición total y plena de cumplir siempre la voluntad de Dios. Por siguiente debemos estar siempre  en actitud permanente viviendo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.


  

sábado, 15 de diciembre de 2018

Tercer Domingo de Adviento. Ciclo C

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C
16 DE DICIEMBRE

            “Estad siempre alegres en el señor,
            os los repito: estad alegres” (flp 4,4-7; 1ts 5,16-24)  
           
Adviento, alegría cristiana

San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, en el tercer domingo de Aviento nos propone reiteradamente el tema  de la alegría, no como consejo, sino como un precepto: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: Estad alegres”.  Es evidente que no se trata de toda alegría, porque hay alegrías humanas que no son cristianamente buenas, por ejemplo el pecado que causa  placer prohibido, sino de una alegría humanamente  buena, espiritual,  que  es conciliable con la pena humana  que por naturaleza se rechaza.
Todos tenemos muchos e importantes motivos para estar tristes: la enfermedad que mina nuestra salud, la de los hijos, familiares y amigos y su muerte; la tristeza que sienten los padres por la ingratitud de sus hijos; el abandono de los hijos por parte de sus padres; la soledad en que muchos viven, sin nadie al lado a quien poder contar los problemas, angustias y luchas, o simplemente para charlar de lo que salga;  hablar para desahogarse de las distintas desgracias familiares, problemas económicos, sociales y políticos;  contar todos los males que nos acontecen que dificultan nuestra alegría; y otras muchas, que embargan de dolor  nuestra vida, que se soportan a duras penas o difícilmente  se pueden aguantar ¿Cómo se nos puede mandar vivir la alegría en medio de tantas penas? ¿Cómo se puede cumplir el precepto de la alegría que nos manda el apóstol San Pablo  de manera reiterativa.
¿Qué es la alegría?

El Padre,  el Hijo y el Espíritu Santo, al amarse eternamente en su esencia divina, viven el amor en su existencia trinitaria, que es alegría. El Espíritu Santo es la alegría del amor divino en Persona. Se fundamenta en la filiación divina, y se vive en pura fe con resignación cristiana o consolación del Espíritu Santo. Consiste en cumplir siempre y en todas las cosas la voluntad divina en todos los acontecimientos, “sabiendo que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8,28).
La alegría que nos pide la Iglesia es esencialmente espiritual, que hay que vivir desde la fe, cada uno con su propio temperamento débil o fuerte. No vive mejor la alegría el que es serio, de carácter temperamentalmente triste, por naturaleza, que el que es alegre como unas castañuelas, por gracia, pues la manera de ser  influye mucho en expresar la alegría que cada uno vive, pues es espiritualmente personal. Se puede estar llorando a lágrima viva con el corazón partido de dolor, y, al mismo tiempo, estar alegre en el alma, sabiendo que el dolor que se sufre es  gracia, pues todo sucede, bueno o malo, aceptado y sufrido con fe esperando la alegría de la vida eterna.
El sufrimiento es la alegría de completar en la carne lo que faltó a los padecimientos de Cristo, nos dice San Pablo: “Me alegro de los sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1,24).
La verdadera alegría humana y espiritual en este mundo no es completa, ni estrictamente pura, pues se da con mezclas de penas, dificultades, miserias y debilidades con  alternativas que cambian. No consiste en tener muchas cosas, muchas riquezas;  ejercer el poder con la máxima autoridad posible; poseer una cultura elevada que permita  desempeñar cargos importantes, prestigiosos y bien remunerados; divertirse cristianamente sin medida; comer y beber a capricho, disfrutando de manjares suculentos y degustando bebidas exquisitas.  Las cosas de este mundo no satisfacen plenamente el corazón del hombre, que  está hecho para la felicidad eterna, como dice San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón no se satisface hasta que descanse en ti”.
El hombre, creado por Dios para la felicidad eterna, jamás se siente saciado totalmente con personas ni cosas. La amistad, la cultura, la ciencia, el arte, la música, el ideal conseguido, el trabajo, el dinero son bienes humanos que alimentan momentáneamente con zozobras el corazón del hombre,  pero no satisfacen plenamente. Son pasajeros que se  sustituyen por cualquier motivo, y desaparecen con y sin causa justificada.  El bien que se posee sacia por un tiempo, pero se espera otro con cierta ilusión penosa porque tarda  en llegar. La verdadera alegría es espiritual, y se vive humanamente con  gozos y penas, sonrisas y llantos.
La alegría espiritual está  hermanada con la pena natural. Se puede estar triste, llorando a lágrima viva, aceptando la cruz, que se padece y no se quiere y, a la vez, tener la alegría dolorosa de cumplir la voluntad de Dios. Jesucristo en Getsemaní aceptó la Pasión y Muerte, que no quería, para cumplir con alegría dolorosa la voluntad de Dios: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26,39); y en la cruz, sintiéndose humanamente abandonado, en angustioso desahogo dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46); y momentos después, con la alegría agónica de haber cumplido la voluntad del Padre, dijo: “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).


La alegría espiritual consiste en el cumplimiento de la Ley; en la aceptación de todos los acontecimientos, buenos o malos que suceden por voluntad de Dios, efectiva o permisiva; en la vida de fe operativa en favor del prójimo; en la difícil y virtuosa convivencia familiar, laboral, social y política, sufrida con paciencia; y en el ejercicio de las virtudes cristianas. Es una  virtud cristiana que se tiene que notar, como nos dice el apóstol San Pablo: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo” (Flp 4,5). Hay que expresar la alegría de la manera que cada uno es y cristianamente sea posible, porque es una obligación personal y un derecho de los demás. En el viaje hacia la eternidad no caminamos solos, porque el Señor recorre el camino con nosotros. Para estar alegres en el Señor hay que vivir esperando la venida del Señor que está cerca, tan cerca que está viniendo siempre en cada acontecimiento de la vida, sin que nada nos preocupe, siendo constantes en orar, celebrando la acción de gracias, (Eucaristía), y la paz de Dios, que sobrepasará todo juicio custodiará nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús. Es decir, tenemos que estar ocupados en el Señor, sin preocupaciones en las manos de Dios. Hay que recorrer el camino de este Valle de lágrimas para conseguir llegar al Paraíso de la Alegría del Cielo donde todo es gozo  eterno en la visión y gozo de Dios.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Segundo Domingo de Adviento. Ciclo C

    SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO.  CICLO C
     9 DE DICIEMBRE
            Salmo responsorial: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”
            En el Antiguo Testamento los judíos religiosos del Pueblo de Dios cuando las cosas les salían viento en popa, como, por ejemplo, cuando las cosechas se multiplicaban, recibían bendiciones del Cielo, y, sobre todo, en circunstancias milagrosas como en el paso del mar rojo a pie enjuto,  bendecían a Dios proclamando a los cuatro vientos sus maravillas, y se frotaban las manos de gusto diciendo: El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. En cambio, cuando las cosas les salían al revés, por ejemplo,  cuando Moisés tardaba mucho en bajar del Monte Sinaí con las tablas de la Ley, con las joyas fabricaron  un ídolo de oro a quien adoraron como  a su dios, hecho que fue reprobado por Moisés y severamente castigado. También cuando en el desierto fueron alimentados  siempre con el maná bajado del Cielo que les causaba nauseas, renegaban contra Moisés y Aarón por haberlos sacado de Egipto, donde comían mejor, a placer y, a veces, a la carta; o cuando eran derrotados por los enemigos, clamaban al Cielo con protestas, críticas  y aberraciones, porque se sentían abandonados de Dios.
Ese comportamiento en sentido humano es normativa natural y lógica de todos los hombres, porque el bien se aplaude y el mal se detesta. En cambio, pensando en cristiano las cosas son diferentes, porque desde la fe el Señor está siempre grande con nosotros y debemos estar  alegres, porque todo lo que sucede es gracia de Dios, alegre en el bien o penosa en el mal. Es humano y cristiano que disfrutemos a tope rebosando de alegría, cuando las cosas nos salen a nuestro gusto, a pedir de boca, porque los bienes que satisfacen nuestras aspiraciones o gustos nos causan gozo y paz, y hay motivo para estar contentos y dar gracias a Dios. Pero es también cristiano  que estemos tristes cuando nos suceden males, como la pérdida del trabajo, conflictos familiares, laborales, injusticias, traiciones,  que se repiten y se amontonan, y, sobre todo, cuando nos visita la enfermedad o se queda con nosotros una temporada o para siempre. En el peor de los casos no hay otra solución que resignarse cristianamente y pedir a Dios gracia para aceptar y fuerza para sufrir. Podemos estar tristemente alegres y conformes con la  voluntad amorosa de Dios que nos hace sufrir o permite nuestro sufrimiento, porque  esos males  son para un bien misterioso que solamente Él sabe y nosotros no conocemos, y no creer que Dios nos ha abandonado y nos castiga.  Lo dice también un refrán popular que tiene sentido teológico: “no hay mal que por bien no venga”. Solamente hay que estar triste cuando libre y responsablemente se peca, pues el pecado es el único mal que existe en el mundo.
Los buenos cristianos, de profunda fe, y más aún los santos, ven siempre gracia en todo lo que les ocurre, porque todo lo que Dios hace o permite es forzosamente un bien que el hombre no descubre, porque Dios es infinitamente Bondadoso y Padre de todos los hombres. 
Concepto del bien y del mal
El bien y el mal no son conceptos subjetivos, porque lo que gusta o apetece no es siempre un bien, ni tampoco un mal lo que disgusta o se rechaza, pues el bien y el mal están sometidos a las leyes de la ciencia, de la ética, de la política, del gobierno o de la religión, y no al arbitrio de cada uno. Si decides obrar por ti mismo, sin consultar a nadie, eres un soberbio discípulo de un tonto.
En sentido humano es bien lo que satisface las apetencias o gustos de la persona dentro de unas leyes razonables. Porque se puede querer el mal bajo el aspecto de bien, y el bien subjetivo como un mal objetivo. Bajo el punto de vista religioso es bien o mal lo que esté regulado por ley constitucional de la religión que se practica y se vive.
            En la Iglesia católica el bien y el mal tienen su última referencia con la ley eterna de Dios, que está expresada en la ley natural, en la divina de los diez mandamientos del  Decálogo y en los cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia. La moralidad de los actos humanos para un cristiano no es lo que a uno le gusta, lo que se estila por moda, la costumbre de un lugar, lo que legisla un gobierno, lo que establece la política, sino lo que manda  la ley divina y eclesiástica. No hay otra norma para alcanzar la felicidad humana y la santidad divina. 
             Da gracias a Dios con alegría humana y cristiana por todo el bien que te viene de Él o de los hombres, y  también por los males que te suceden, no quieres y rechazas. Trabaja por convertir esos males en bienes. Reconoce  tus defectos temperamentales que ves en la oración, haciendo caso a lo que te dicen los hombres sensatos y Dios también te habla a través de las circunstancias.
Me imagino que quizás sufres mucho,  pero todavía no ha llegado la sangre al río, pues Dios te dará la fuerza que necesitas para soportar todos lo males que Él manda y los hombres te ocasionan  o causan, pues Dios no prueba por encima de las fuerzas que no se tienen. No te quejes tanto, como lo haces, ni exageres tu dolor con pantomimas, ni pregones a los cuatro vientos tus dolencias con protagonismo, ni seas melindre y quejumbroso en tus palabras y acciones. Piensa con la coraza de la fe  que hay otros que sufren más y llevan mejor la cruz que tú.  Los males no son eternos, terminan, y aceptados y sufridos con fe y tranquilidad de conciencia, aunque con debilidades justificables, son medios para en Bien eterno que es la visión y gozo eterno en el Cielo, la única ilusión de vivir, gozar y sufrir.

viernes, 7 de diciembre de 2018

INMACULADA CONCEPCIÓN
            8 de Diciembre

Plan de Dios sobre la Inmaculada

En sentido etimológico inmaculada quiere decir no manchada, y en el teológico no manchada del pecado original. Desde toda la eternidad Dios, Uno y Trino, previó que el hombre que iba a crear a su imagen y semejanza, en un estado sobrenatural y preternatural, cometería libremente el misterio del pecado original;  y determinó redimirlo por medio del Hijo, la segunda persona divina de la Santísima Trinidad, mediante el misterio pascual: vida , pasión, muerte y resurrección. Para que se realizara este proyecto determinó crear en el tiempo a una mujer única que se llamaría María, Inmaculada, para que fuera la Madre de  Dios en la persona de Jesucristo. Convenía que esa Madre en la que iba a ser concebido Dios, como hombre, fuera Inmaculada,  no  manchada de pecado original, y  Virgen en la concepción por obra del Espíritu Santo en el parto y después del parto, y Corredentora del género humano. Así lo expresa el prefacio de la misa de la solemnidad de la Concepción de Santa María Virgen con estas palabras: “Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de su Hijo… Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el cordero que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

Inmaculada es lo mismo que Santísima, porque desde el primer instante de su ser fue concebida en plenitud de gracia con todas las virtudes y dones del Espíritu Santo,  tanta gracia cuanta era necesaria que tuviera María para ser hija de Dios, Padre,  Madre de Dios y Madre de todos lo hombres.
Aunque María fue concebida santa, se hizo Santísima, pues perfeccionó su santidad congénita durante toda su vida, de manera progresiva, hasta  subir a los Cielos, en cuerpo y alma, donde fue definitivamente glorificada en plenitud terminal, de manera parecida a su Hijo, Jesús, Dios, que concebido hombre,  por obra y gracia del Espíritu Santo, nació virginalmente santo, pero creció en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2,52) 
La santidad de María no es comparable con la de ningún otro santo de la Tierra en todos los tiempos, porque por ser  la Madre de Dios  tiene la dignidad más grande de todos los seres creados.

Santificación del cristiano
El cristiano debe imitar la santidad de la Virgen María, su Madre. El hombre, al ser bautizado, recibe la gracia santificante con el complejo de virtudes y dones del Espíritu Santo  con el fin de conseguir la santidad. La santidad no es una exclusiva de unos cuantos hombres y mujeres privilegiados que nacieron con la vocación de  santos, sino una vocación  bautismal común para todo cristiano. “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana (LG 40). Así nos lo dice Jesús en el Evangelio: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).  La santidad consiste  esencialmente  en el cumplimiento de la Ley del Decálogo con todas sus deducciones, en el cumplimiento  de las obligaciones propias del estado civil  y en la aceptación de los acontecimientos de la vida que sobrevienen con distintas expresiones de dolor y gozo. Ignoramos el modo como cada persona  se santifica en concreto, porque la santidad es ciencia sobrenatural que pertenece al misterio de la gracia de Dios y a la colaboración de la libertad del hombre. Cada persona corresponde a la gracia, según ha sido creada y actúa teniendo en cuenta como es y las distintas circunstancias en que actúa en cada caso.  El ser influye en el obrar, de manera que como es obra.  
Historia de la Inmaculada
            La Inmaculada Concepción de María ha sido siempre una constante creencia en la historia de la Iglesia. En los primeros siglos hasta el Concilio de Éfeso (año 431) a María se la veneraba especialmente con los calificativos de santa, inocente, purísima, intacta, incorruptible, inmaculada en sentido  de santidad única y especial. Esta fe popular en la Inmaculada se fue extendiendo poco a poco hasta el siglo VIII, época en que se empezó a celebrar una fiesta especial en su honor en algunas Iglesias de Oriente, después en Inglaterra, España, Francia y  Alemania.
Las grandes controversias surgieron en los siglos XII-XIV en los que San Bernardo, San Anselmo, y los grandes teólogos escolásticos, como San Buenaventura, San Alberto Magno, incluso Santo Tomás de Aquino pusieron en duda la Inmaculada Concepción de María, por la dificultad de conciliar el dogma de la redención universal de todos los hombres con la Inmaculada concepción de la madre de Dios, que como ser humano, descendiente de Adán, lógicamente debería contraer el pecado original y ser redimida por Cristo. Por fin, el Papa Pío IX, teniendo en cuenta la revelación de la Tradición de la Iglesia, el 8 de Diciembre de 1854 definió como dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen con estas palabras: “La beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original”.
Los teólogos desde entonces solucionaron la aparente contradicción de la Inmaculada, sin pecado, con la redención de todos los hombres, diciendo que María fue redimida por Cristo con redención preventiva, impidiendo que contrajera el pecado original.
            Pidamos a la Inmaculada,  Madre de la divina gracia y Modelo de todas las virtudes, que  nos conceda a cada uno la virtud que no tiene o más necesita para ser santo, por ejemplo: la pureza que tanto cuesta a muchos; la humildad para aguantar las humillaciones que tanto duelen y dominar la soberbia que impide la santidad; la paciencia para quien por temperamento nervioso no puede aguantar las cruces de la vida o debe perfeccionarla; la caridad para quien tiene el corazón duro para el pecador o el prójimo molesto; la fe para quienes les cuesta creer y aceptar los acontecimientos adversos; la esperanza para los que tienen puesto el corazón en las cosas terrenas. Estoy seguro de que quienes piden a la Inmaculada estas virtudes u otras, las  obtendrán,  si trabajan por conseguirlas con todas sus fuerzas, si son personas normales y no casos patológicos.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Primer Domingo de Adviento. Adviento. Ciclo C

ADVIENTO

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C
2 de Diciembre de 2012
“Cuando Jesús nuestro Señor vuelva, os presentéis santos e irreprochables ante Dios, nuestro Padre”.

En el primer domingo de Adviento, ciclo C, en la segunda lectura del apóstol San Pablo  a los Tesalonicenses  se nos manda pedir al Señor que “nos colme y nos haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, y nos fortalezca internamente, para que cuando Jesús nuestro Señor vuelva, acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprochables ante Dios, nuestro Padre” (1 Tes 3,12).
Con estas palabras la Iglesia nos invita a vivir el adviento santamente con amor mutuo y fortaleza espiritual para presentarnos santos e irreprochables ante Dios, nuestro Padre en el tiempo de Adviento y durante toda la vida para celebrar la Navidad litúrgica y la eterna en el Cielo.
En este documento voy a tratar sucintamente el tema  del Adviento en cinco consideraciones: Adviento en sentido profano, origen del adviento, adviento del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, Adviento litúrgico y distintos advientos cristianos
            Adviento en sentido profano
La palabra adviento proviene de la palabra latina adventus que significa venida o llegada. Es el tiempo de espera de la llegada de una persona o de un acontecimiento.
En la época romana del tiempo de Jesucristo, el adviento era un tiempo de preparación para la venida de un Emperador o de un personaje importante, durante el cual se hacían muchas obras y reformas: se construían caminos, se allanaban baches en las carreteras para preparar el paso por donde tenían que pasar los ilustres visitantes esperados, y se programaban diversos actos para celebrar el solemne acontecimiento.
En los tiempos inmediatos a la venida del Mesías, Juan Bautista utilizó el estilo romano de adviento para anunciar la venida del Mesías, el Señor, invitando al pueblo judío a prepararse a este acontecimiento mediante la conversión: “Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías, convertíos y preparad el camino para la venida del Señor, el Mesías” (Mt 3,1-2; 4,17; 10,7). 
Origen del adviento cristiano
El origen del Adviento es casi desconocido en la historia de la liturgia de la Iglesia. Parece que desde finales del siglo IV y durante el siglo V en España y Francia los cristianos empezaron a celebrar el tiempo de adviento con una intensa vida de oración y penitencia. En Francia, por normativa del Concilio de Tours, los monjes se preparaban para la Navidad ayunando todos los días del mes de Diciembre, intensificando su vida de piedad y penitencia. Los clérigos, y probablemente bastantes fieles ayunaban y cantaban el oficio divino tres días por semana: lunes, miércoles y viernes, desde el 11 de Noviembre, fiesta de San Martín, hasta Navidad. Con el decurso del tiempo el adviento revistió un carácter tan oracional y penitente que llegó a considerarse como una segunda cuaresma; y se celebraba en un tono gozoso, lleno de esperanza inefable ante la venida litúrgica de la Navidad con proyección escatológica. El tiempo del adviento en concreto fue muy variado, duraba desde cinco a seis semanas. Pero durante el pontificado de S. Gregorio Magno, el año 604, el adviento quedó definido en cuatro semanas o domingos, tal como se celebra hoy, aunque la liturgia de la Palabra varió mucho en el paso de los siglos.

La Historia de la Iglesia se puede conceptuar en dos advientos distintos: el adviento del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento.

Adviento del Antiguo Testamento
El adviento del Antiguo Testamento empezó en el mismo momento en que el primer hombre, Adán, pecó, a quien Dios después de castigarle quitándole  el estado original, sobrenatural y preternatural en que lo creó, hizo la profecía de la venida o adviento del Mesías, Redentor en  el protoevangelio en términos enigmáticos, como explican los teólogos bíblicos: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre su descendencia y su descendencia: esta te aplastará la cabeza, cuando tú hieras el talón” (Gn 3,13).    Esta promesa fue interpretada por el Pueblo de Dios, por inspiración divina, desde el principio, como profecía mesiánica, y propagada oralmente hasta que se constituyó el antiguo Pueblo de Dios con Abrahán. A partir de esa época surgieron muchas profecías escritas en la Biblia: en el tiempo de los patriarcas, en los salmos y profetas en varias etapas hasta que llegó la plenitud de los tiempos,  cuando  el Hijo de Dios, la segunda  Persona divina de la Santísima Trinidad encarnó en las entrañas purísimas de la Virgen María y asumió de ella la naturaleza humana, quedando Jesucristo,  Dios y hombre verdadero, Redentor del pecado del hombre. Nacido virginalmente de Santa  María Virgen, vivió treinta años oculto en Nazaret, dedicado a la oración y a la vida ordinaria en obediencia realizando la redención; después durante tres años predicó el Evangelio en vida pública con milagros para demostrar que Él era Dios e instituir la Iglesia; y, por fin, padeció, murió en la cruz, resucitó y ascendió a los Cielos con la promesa de volver al fin de los tiempos. Y terminó el adviento del Antiguo Testamento.
Adviento del Nuevo Testamento
            El adviento del Nuevo Testamento empezó después de la Ascensión de Jesús a los Cielos. Cuando Jesús desapareció de la vista de los apóstoles, dos ángeles,  revestidos en figura de hombres blancos, les anunciaron la segunda y definitiva venida de Jesús al fin de los tiempos que vendrá a consumar eternamente la Obra de la Redención con estas palabras aseverativas: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,8-11).
¿Cuándo y cómo aparecerá Jesús?
En el prefacio tercero de Adviento se nos anuncia, de manera genérica, la venida de Jesús con estas palabras: “Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá, revestido de poder y gloria, sobre las nubes del Cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la nueva tierra”. Entonces Cristo Rey juzgará a todos los hombres y consumará el misterio de la redención humana, entregando al Padre un reino eterno y universal. (Cat 2816-2821). 

Los cristianos del siglo I creyeron firmemente que la segunda venida del Señor iba a ser un acontecimiento inminente, como aparece claramente en la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2 Ts 2,1-3).  Pero “el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo del hombre, sólo el Padre” (Mc 13,32).

            Adviento litúrgico
La Iglesia celebra el Adviento litúrgico en cuatro semanas antes de Navidad con perspectiva personal de la venida del Señor a la hora de la muerte de cada hombre  con sentido escatológico del fin de los tiempos.
Distintos advientos cristianos
Cada cristiano debe vivir el adviento personal preparándose   para la navidad del Señor a la hora de su muerte con el adviento sacramental para la navidad de la gracia en cada sacramento, principalmente en el de la Eucaristía, en el que nace sacramentalmente Jesucristo resucitado y glorioso, y en cada sacramento en el que nace su gracia; con  el adviento teológico durante todo el año litúrgico con el fiel y riguroso cumplimiento de la Ley de Dios, la aceptación de la cruz que sucede, aceptada y ofrecida a Dios, la  oración, la penitencia, la caridad, y  cada obra buena que haga para celebrar la Navidad litúrgica en el tiempo la eterna en el Cielo.   
  La Iglesia pide la venida gozosa y esperanzadora del Señor en su Reino en la celebración de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, cuando el celebrante anuncia al pueblo: Este es el sacramento de nuestra fe; y el pueblo responde: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús! Y los cristianos también pedimos la venida del Reino cuando rezamos el padrenuestro: “Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Cuando las realidades de este mundo terminen, y toda la creación haya sido renovada, ya no habrá adviento, porque  todo será Navidad eterna, visión  y gozo de Dios con plenitud de felicidad totalmente desconocida humanamente, que satisfará en plenitud las aspiraciones inimaginables del ser humano

sábado, 24 de noviembre de 2018

Festividad de Cristo Rey. Ciclo B

FESTIVIDAD DE CRISTO REY 
25 de Noviembre de 2018
            El año civil, como todos sabemos, empieza el 1 de Enero y termina el 31 de Diciembre. Es distinto del año litúrgico que empieza el primer domingo de Adviento y termina en la solemnidad de Cristo Rey. Durante él la Iglesia celebra en ciclos A, B y C la Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesús a los Cielos. Hoy celebramos el fin del año litúrgico, la solemnidad de Cristo Rey del ciclo B, tema que voy a exponer esquemáticamente  con sentido teológico espiritual.

Los conceptos humanos que tenemos sobre rey y reino no se corresponden con los de Cristo Rey y su Reino, realidades misteriosas que sólo se pueden entender con analogías desde la fe.
Cuando afirmamos que Cristo es Rey  no es de igual manera ni parecida como cuando decimos, por ejemplo, que Juan Carlos I es Rey de España, ni siquiera en sentido metafórico, acomodaticio, como cuando llamamos a Santo Tomás de Aquino el rey  de la Filosofía y Teología, a Murillo, Velázquez, Miguel Ángel, Ribera reyes del arte  de la belleza pictórica, ni, como es evidente, en sentido popular cariñoso como cuando una madre llama a su hijo rey.

Cristo es Rey en sentido sobrenatural, misterioso, real, propio y único por dos  títulos Creador y Redentor.

Creador
Nos dice el evangelio de San Juan que “Mediante ella (la Palabra, el Hijo, Jesús) se hizo todo; sin ella no se hizo nada de lo  hecho se hizo todo” (Jn 1,1-2).  Luego Cristo, como Dios, Creador de todas las cosas de la nada, es  Dueño y Señor de todo lo creado, Rey, que  gobierna todas sus cosas con sabiduría y bondad.
El apóstol San Pablo especifica esta verdad, doctrinalmente teológica, con este versículo inspirado: “Él (Jesucristo) es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fue creado el universo celeste y terrestre, lo visible y lo invisible (Col 1,16).
Luego Cristo es Rey de todo el Universo celeste y terrestre, visible e invisible que gobierna toda la Creación que forma parte de la Redención.

Redentor
          Jesucristo, Dios, Creador, es además Rey por el título de Redentor. . 
En el Antiguo Testamento, el Mesías, Cristo, fue profetizado como Rey universal de la Creación y Redentor, si bien muchos judíos interpretaron la redención solamente como una liberación del injusto poder al que estuvo sometido el Pueblo de Dios en todos los tiempos, principalmente en la era romana. Pensaban que el pueblo de Dios sería un reino humanamente religioso de justicia y paz con la abundancia de bienes.  

Cristo Rey
La profecía de Cristo Rey y su reino en el Antiguo Testamento se cumplió y perfeccionó con exactitud en el Nuevo Testamento, como aparece en el conjunto de los Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas  apostólicas. Jesucristo afirmó con contundencia esta verdad de Rey y su Reino ante Pilato, de esta manera clara y precisa:
 Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le replicó:
 Mi reino no es de este mundo.
             Pilato le dijo:
           Conque ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para eso he venido al mundo: para ser testigo de la verdad (Jn 18,33-37).
            Efectivamente Jesús es Rey y su Reino no es de este mundo, es decir como los de este mundo. El Reino de Cristo, la Iglesia, es distinto a todos los otros reinos  de la tierra en naturaleza, composición, gobierno y fin. Snaturaleza es compleja: divina y humana, terrestre y celeste, corporal y espiritual, temporal y eterna (LG 8). Está compuesto por todos los hombres del mundo; gobernado por Cristo Rey, y ministerialmente por el Papa y los Obispos; su gobierno es la ley del amor (Jn 13,34); su identidad  es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un Templo; y su fin es la gloria de Dios y la salvación de todos los hombres con  la perspectiva  suprema y última  de  la redención o renovación de los nuevos cielos y la nueva tierra al fin del mundo.
            Características del Reino de Cristo
            Las características el Reino de Cristo están claramente definidas en el prefacio de la solemnidad de Cristo Rey con estas palabras:
“Consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que, ofreciéndose a si mismo como víctima perfecta y pacificadora  en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a su majestad infinita  un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.

REINO ETERNO  concebido desde toda la eternidad en el seno íntimo de la Santísima Trinidad. Tuvo su origen en el tiempo inmediatamente después del pecado original de Adán con la promesa de la Redención (Gén 3,15). Evoluciona en tres etapas: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento  y concluirá en el Reino de los Cielos al fin de los tiempos, porque existirá  siempre.
REINO UNIVERSAL  para todos los hombres de cualquier raza y color; condición social, ricos y pobres; ideología humana diversa y cultura múltiple; religión católica, cristiana u otra, vivida con sincero corazón; condición moral diferente, buenos y malos. Este reino, anunciado en el Antiguo Testamento, fue instituido por Jesucristo, Rey, como  Iglesia, sacramento universal de salvación por el que salva a la inmensa mayoría de los hombres, en virtud de la justicia misericordiosa de Dios  por diversas causas: deficiencias naturales de incapacidad intelectual e irresponsabilidad moral, enfermedad congénita o adquirida, incultura, ignorancia, culturas diferentes y otras.    
REINO DE LA VERDAD  ABSOLUTA Y ÚNICA, como dijo Jesús: “Yo para eso he venido al mundo: para ser testigo de la verdad” (Jn 18,37). Porque todo lo que no es Cristo es: verdad humana, imperfecta, relativa, subjetiva, parcial, variable,  mentira o confusión con la verdad.
 REINO DE LA VIDA  eterna,  inmutable, de la que participan analógicamente en la Iglesia todos los hombres de múltiples maneras. Cristo es la Vida divina, y toda vida que no sea la suya es natural, humana, perecedera o muerte.
REINO DE LA SANTIDAD Y LA GRACIA porque la Iglesia es santa porque Jesucristo, su fundador, es Santo; su fin es santo, la salvación eterna; los medios son santos, la gracia, sacramentos, oración, ejercicio de virtudes, santas obras; y en la Iglesia  peregrina y celeste hay millones de santos. Reino de gracia en el que todo es gracia, menos el pecado.
REINO DE LA JUSTICIA sobrenatural, auténtica, infalible por la que Cristo Rey, Redentor, premia a los buenos y castiga a los malos con equidad y misericordia divina, sin equivocación; y no como la justicia humana que en bastantes casos suele estar equivocada, y frecuentemente es interesada,  corrupta, politizada o comercializada.  
REINO DE  AMOR auténtico y verdadero, porque la Iglesia es el Cielo en la tierra en semilla, que exige su desarrollo con dificultades, luchas, victorias y derrotas, cualidades y defectos, virtudes y pecados  con la perspectiva del Reino de los Celos, que es Amor de visión y gozo eterno,  cristalizado por la resurrección de Cristo, en unión con la Santísima Trinidad, todos los ángeles y santos ahora, y después al fin del mundo con toda la Creación renovada y convertida en los Nuevos cielos y la Nueva Tierra.
REINO DE LA PAZ que no consiste en ausencia de guerras, ni en la abundancia de bienes materiales, ni en la unión pacífica de los pueblos, sino en el cumplimiento de la Ley en todas sus amplitudes; en la relación humana familiar, social y laboral, justa; y, en definitiva, en la aceptación de la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste. La omnipotente sabiduría de Dios en su infinita providencia hace que todos los actos buenos, aunque estén motivados por distintas causas justas, produzcan los frutos de la paz.

             Oración a Cristo Rey

Cristo, Rey, Hijo unigénito del Padre,
que has creado de la nada el Universo,
escenario de la redención de los hombres,
donde, sin dejar de ser Dios,
te hiciste hombre
para redimir al género humano del pecado.
Haz, Señor, que todos los redimidos
por tu sabiduría, amor y misericordia
formemos un solo reino de verdad y vida,
santidad y gracia, justicia, amor y paz.
Amén.
Cristo Rey:
Reina siempre en mi mente
para pensar siempre en Ti,
y contigo en todas las cosas.
Vive en mi corazón  como en tu propia casa
y en él convivan conmigo
todos los hombres y todo lo creado.
Que todas mis palabras sean
para la gloria y alabanza  de Dios, Padre
con la fuerza inmanente del Espíritu Santo;
y todas mis obras sean santificantes para mi  
y santificadoras para todos los hombres
y apostólicas en todas las cosas
para vivir cristificado en la tierra,
y después eternamente glorificado en el Cielo.
Reina, Señor, en todos los corazones
y en todo el mundo
para que Tú seas Rey del Universo
y gobiernes con sabiduría, bondad y misericordia
 a todos los hombres. Amén.