lunes, 31 de octubre de 2022

1 de noviembre, festividad de Todos los Santos


Hoy celebramos, en primer lugar, el día de todos los santos canonizados por la Iglesia, nuestros intercesores ante Dios en el Cielo y  modelos nuestros de santidad en la Tierra, a quienes veneramos en sus imágenes, altares y retablos de nuestras Iglesias. También conmemoramos el día de los santos canonizables, que no llegaron a ser venerados por los fieles, por razones históricas y humanas comprensibles, pero que por sus méritos  estarán, tal vez,  tan cerca de Dios o más  que los santos reconocidos oficialmente por los hombres; y también, por extensión, podemos decir que hoy es  la fiesta de los santos del silencio, que son nuestros familiares y amigos que murieron en el Señor y esperamos estén ya gozando de Dios eternamente, por su infinita misericordia. Podríamos decir, por tanto, que hoy celebramos el día de los hombres que están en el Cielo.

¿Quiénes fueron los santos?

Los santos fueron hombres como nosotros, de carne y hueso, sometidos a las debilidades humanas, pecadores cristianos, que se santificaron viviendo el Evangelio en el ejercicio heroico de  las virtudes; y hasta podríamos decir que también los hombres de buena voluntad, no cristianos, que vivieron en este mundo la fe que conocieron con recta conciencia en el bien obrar y murieron con pureza de corazón, estado de gracia misteriosa, en la presencia de Dios, aunque en la Tierra, por muchas circunstancias, no conocieron la Iglesia ni  a Jesucristo.

¿Por qué fueron santos?          

La Iglesia, institución divina, como toda institución humana, tiene un fundador, que es Jesucristo, unos Estatutos o Constituciones que son las ocho bienaventuranzas proclamadas en el Sermón de la Montaña y unas reglas, que son las enseñanzas y normas de conducta del Evangelio, que determinan el modo de vivir las Constituciones.

Los santos fueron santos porque vivieron con perfección las Constituciones de las Bienaventuranzas y las Reglas del Evangelio con fe operativa expresada en el amor a Dios con el cumplimiento de los mandamientos y en el amor al prójimo demostrado con obras de caridad; y por la misericordia de Dios y sus méritos murieron en estado de gracia.

Aunque el momento no es el propio para explicar las bienaventuranzas, porque es un tema que nos ocuparía mucho tiempo, vamos a proponer, sin embargo, las bienaventuranzas con una breve explicación de cada una de ellas, porque son, como hemos dicho, los fundamentos de la santidad sobre los que hay que construir el edificio de la santidad.

Son dichosos los pobres de espíritu aquellos cristianos, pobres o ricos, que viven con lo necesario, según su clase social, sin apego a las riquezas, siendo señores de las cosas y no esclavos de ellas, y utilizando los bienes de la Tierra para servicio propio, de la familia y de la Sociedad. Los pobres reales no son bienaventurados por su pobreza material, si son ricos en el corazón,  pues son pobres a la fuerza, porque no pueden ser ricos; ni tampoco los ricos reales son condenados por el Evangelio porque tienen dinero y posesiones, pues pueden ser pobres de espíritu, si viven la pobreza evangélica con corazón desprendido de las riquezas y con recta y caritativa administración de sus bienes en favor de los pobres y de la Sociedad. Son dichosos y herederos del Reino de los Cielos los que son pobres en el espíritu.

Son dichosos los sufridos que saben sufrir con paciencia las cruces y contrariedades de esta vida, ofreciendo a Dios el dolor, como necesario para la propia salvación y complemento de lo que faltó a la pasión de Cristo en sus miembros. Los que dan sentido redentor al sufrimiento, heredarán la tierra, es decir, poseerán la tierra del Cielo, felicidad plena y eterna del hombre.

 Son dichosos los que lloran sus pecados propios y los pecados de todos los hombres. Es decir son bienaventurados los que saben llorar santamente, los que  viven la teología de las lágrimas, porque ellos serán consolados con la alegría de la promesa y posesión de la vida eterna.

Son dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, no justicia humana sino teológica, que es la gracia, la santidad. Los que trabajan en la Tierra por saciar el hambre de Dios vivirán felices y serán saciados en el Cielo con la satisfacción de la visión de Dios y gozo eterno de su Ser.

Son dichosos los misericordiosos que comprenden las miserias de los hombres, sus pecados y se compadecen de ellos y ejercen la misericordia remediando los males que están a su alcance, porque alcanzarán la misericordia de Dios.

Son dichosos los limpios de corazón que ven todas las cosas con los ojos de Dios, actúan en la vida sin trampas ni segundas intenciones, ni marrullas, ni mentiras, con el corazón limpio de  pecados, porque ellos verán a Dios en esta vida por la fe y en la otra con su visión y posesión eternamente.

Son dichosos los que trabajan por la paz haciendo por implantar en el mundo el bienestar social, la justicia en todos los órdenes, la defensa de los derechos humanos y se esfuerzan por todos los medios por conseguir el bien común de todos los hombres, porque ellos se llamarán los hijos de Dios.

Son dichosos los perseguidos por causa de la justicia que padecen  por vivir el Evangelio, por seguir a Jesucristo, porque la persecución de los que buscan a Dios es distintivo y predilección de los cristianos, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 

En resumen, son santos aquellos hombres que cumpliendo la voluntad divina en la fiel y rigurosa observancia de la Ley de Dios y de la Iglesia, aceptan y ofrecen todos los acontecimientos de la vida, gozosos y dolorosos, y viven las constituciones del Evangelio, que son las bienaventuranzas

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