sábado, 1 de octubre de 2022

Vigésimo séptimo domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

 


    
La fe, que por la gracia de Dios recibimos en el bautismo, es un tesoro que llevamos en vasijas de barro. De la misma manera que las vasijas fácilmente rezuman el agua que contienen y hasta la pueden perder por roces inevitables, arañazos, descuidos y malos tratos, así también la fe, que todavía conservamos, puede ser dañada, adulterada y hasta perdida por la infidelidad a la gracia, repetición de pecados, contemporización con el mundo y el contagio de  modas y costumbres que atentan contra la fe y la moral católica. Hay que caminar con tiento, esmero y mimo por el destierro de la vida, pisando tierra, manteniendo el tesoro de la fe entre las manos y con los ojos puestos en el Cielo, para poder conservar y aumentar la fe durante toda la vida hasta que lleguemos a la meta, que es la muerte, principio de la eternidad.

Todos conocemos muchos casos de cristianos buenos y sacerdotes fervorosos, religiosos y religiosas edificantes, que vivieron la fe a tope, como se dice ahora, y luego se debilitaron en la gracia, se congraciaron con el pecado, se amundanaron, y ahora están a merced de la misericordia de Dios con graves y serios peligros para su alma.

 A medida que pasa el tiempo, hay mayor progreso, la economía mundial crece y los hombres tenemos más recursos materiales, la fe está en mayor peligro, porque el mundo atolondra la mente, enerva las pasiones y la concupiscencia se pone en carne viva, porque el ambiente se apodera del hombre y le hace vivir de espaldas a Dios y de cara abierta a los halagos del mundo.

Cada día cuesta más ser fieles a la gracia, defender la fe en privado o en público, conservarla en llama viva en medio de los vendavales del mundo, que soplan por todas partes amenazando el apagón. En todo momento, y, sobre todo, en el cine y en la televisión hay programas provocativos que encenagan el pudor, invitan al desmadre de la inmoralidad, enturbian las buenas costumbres y ridiculizan la fe de la Iglesia y profanan la moral católica. Muchos cristianos, que quieren mantenerse en pie, encuentran serias y graves dificultades en todos los ambientes, y son víctimas de esta barbarie; otros se mantienen a trancas y barrancas, se levantan, y siguen caminando manchándose los pies de barro; y no falta buena gente que cae por debilidad y se recupera de sus heridas con esperanza.

Cualquiera que sea tu caso, que no lo sé, pero me lo imagino, te animo al combate de la fe, a la pelea contra el pecado, a la lucha contra el mundo. Pero si de verdad quieres, no quisieras o desearías, tienes que poner los medios sobrenaturales que tienes a tu alcance:

1º Alimentar tu fe con  la escucha atenta de la Palabra de Dios, estudio de la doctrina de la Iglesia,  lectura espiritual, charlas y conferencias, teniendo por seguro no la opinión de los teólogos de revistas y periódicos, sino la doctrina de la Iglesia, contenida en el Catecismo del Papa Juan Pablo II. Muchos cristianos debilitan o pierden su fe porque la alimentan con panfletos, lecturas religiosas, no fiables, opiniones de teólogos, sacerdotes y catequistas que cuestionan la fe de la Iglesia, y acaban por vivir la de la Iglesia popular, y no la fe revelada por Jesucristo y enseñada siempre por el Magisterio auténtico de Iglesia.

2º Huida de amistades que perjudiquen tu fe, la pongan en tela de juicio, la discutan o contradigan sin respeto a tus ideales religiosos, y blasonen de la inmoralidad en que viven, dejando intranquila la paz de tu alma. Hay que ser amigos de todos, sean como sean, piensen lo que piensen, vivan como vivan, siempre y cuando la amistad sea humanamente buena, y de relación social respetuosa.  No frecuentar ambientes mundanos, en el sentido peyorativo de la palabra, que pongan en jaque mate tu fe y moral; y abandonar lugares donde se respire un ambiente de malas costumbres.

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