Es
evidente que María no es la Madre de Dios, en cuanto persona divina,
absurdo metafísico, pues Dios es eterno, espíritu purísimo, que ni
siquiera se puede imaginar. Es la Madre de Dios en cuanto Dios, hecho
hombre: madre del Hijo de Dios, la segunda Persona divina de la
Santísima Trinidad con su naturaleza divina, Jesucristo que fue
concebido humanamente en las entrañas purísimas de la Virgen María,
por obra del Espíritu Santo; y el resultado fue que Jesús es Dios y
hombre verdadero. Así nos lo enseña la teología dogmática de la
Iglesia Católica, que el Catecismo del Papa Juan Pablo con las
siguientes palabras: “Ella concibió como hombre, por obra del
Espíritu Santo, y el que se ha hecho verdaderamente su Hijo según
la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona
de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es
verdaderamente Madre de Dios” (Cat 495).
Que
María es la Madre de Dios no es una metáfora de fantasía poética,
sino una realidad sobrenatural, misterio sobrenatural realizado por
quien todo lo puede. Es madre como cualquier madre de la tierra con
la sola diferencia privilegiada de que María concibió por obra del
Espíritu Santo, no por obra de varón como todas las madres, y dio a
luz a su Hijo, Jesús, virginalmente, mientras que las otras madres
dan a luz a sus hijos naturalmente. Así como la madre es la madre de
la persona de su hijo con cuerpo y alma, aunque ella proporciona a su
hijo únicamente la materia del cuerpo, al cual infunde Dios un alma
creada de la nada, de manera parecida, pero dentro del misterio
sobrenatural. María concibió a la persona divina del Hijo de Dios
en cuanto al cuerpo, como todas las madres dan a sus hijos: el
cuerpo; y, por consiguiente, es real y verdaderamente Madre de Dios.
María, como todas las madres, no es causa de la creación de su
hijo, que es Dios, sino medio de transmisión del hijo. El Concilio
de Calcedonia (año 451) nos dice:“Hay
que confesar a un solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo:
perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente
Dios y verdaderamente hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo;
consustancial con el Padre, según la divinidad, y consustancial con
nosotros según la humanidad; en todo semejante a nosotros menos en
el pecado (Hb 4,15);
nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad y, por
nosotros y nuestra salvación, nacido en estos últimos tiempos de la
Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad” (Cat
467).
En
Jesús, Dios y hombre, hay dos entendimientos: uno divino y otro
humano. Con su inteligencia humana aprendió en su tiempo histórico
muchas cosas mediante la experiencia. Algo así como el ingeniero ve
en su entendimiento con claridad meridiana la obra que va realizar, y
luego la comprueba en su realización. Como hombre, Hijo de Dios,
tenía un conocimiento humano de Dios, su Padre (Cat
470-474. 482); y como Dios tenía también
un entendimiento divino con el que sabía todas las cosas; y tenía
también dos voluntades: una divina y otra humana. La voluntad humana
de Cristo cumplía, sin oposición ni resistencia, su voluntad
divina, y estaba subordinada a ella (Cat
475. 482). Ahora en el Cielo la persona
divina de Jesús con su naturaleza divina y humana existe en estado
glorioso inimaginable, no teológicamente conocido.
Es
lógico y natural que hasta llegar al conocimiento de la revelación
de la Persona divina y dos naturalezas, divina y humana en Jesús
surgieron muchas herejías y errores, humanamente comprensibles, que
estudia la Historia de la Iglesia. Porque el conocimiento del Verbo
encarnado, revelado, ha supuesto muchos esfuerzos y estudios, que el
magisterio auténtico, perenne e infalible de la Iglesia, iluminado
por el Espíritu Santo, ha ido enseñado en su tiempo. Nestorio
afirmaba que el hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de
Dios, pues así como en Cristo hay dos naturalezas hay también dos
personas: una divina y otra humana. Esta herejía fue condenada por
el Concilio universal de Éfeso el año 431, en el que fue definido
como dogma de fe que María es Madre de Dios con estas palabras:
“Cristo en su propia carne es un ser único, es decir, una sola
Persona divina y dos naturalezas, divina y humana, Dios y hombre al
mismo tiempo. La santísima Virgen María es Madre de Dios porque dio
a luz según la carne al Verbo de Dios encarnado”.
María,
al ser la Madre de Dios, tiene cierta y verdadera afinidad y
parentesco con la Santísima Trinidad, de manera singular, por lo que
es la criatura más digna de todas las demás, ángeles y santos del
Cielo; y su dignidad es superior a la dignidad sacerdotal. El poder
de intercesión de María ante Dios supera a la de cualquier santo y
ángel del Cielo y a la de todos juntos. Los hombres podemos contar
con una Madre que ama a cada hombre tanto cuanto puede ser amado,
como si fuera hijo único, con el mismo corazón inmaculado con que
amó a Dios en la tierra y ama ahora en el Cielo con su corazón
glorificado.
A
la Virgen, madre de todos los hombres, podemos pedir con filial
confianza todo lo que queramos, sabiendo que siempre nos concederá
todo lo que necesitamos, tanto humano, como material o espiritual,
siempre y cuanto se ajuste a la voluntad de Dios, y sea lo mejor en
todos los sentidos para nuestra salvación eterna, porque María, por
ser madre de Dios, es también Madre espiritual de todos los hombres
en el sentido de que es Madre de la divina gracia, que transmite
todas las gracias a todos los hombres, que Dios causa; algo así como
el espacio comunica la luz a los hombres y a la Tierra la luz que el
sol causa.