martes, 31 de diciembre de 2019

Festividad de Santa María Madre de Dios. Ciclo A


Es evidente que María no es la Madre de Dios, en cuanto persona divina, absurdo metafísico, pues Dios es eterno, espíritu purísimo, que ni siquiera se puede imaginar. Es la Madre de Dios en cuanto Dios, hecho hombre: madre del Hijo de Dios, la segunda Persona divina de la Santísima Trinidad con su naturaleza divina, Jesucristo que fue concebido humanamente en las entrañas purísimas de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo; y el resultado fue que Jesús es Dios y hombre verdadero. Así nos lo enseña la teología dogmática de la Iglesia Católica, que el Catecismo del Papa Juan Pablo con las siguientes palabras: “Ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y el que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios” (Cat 495).

Que María es la Madre de Dios no es una metáfora de fantasía poética, sino una realidad sobrenatural, misterio sobrenatural realizado por quien todo lo puede. Es madre como cualquier madre de la tierra con la sola diferencia privilegiada de que María concibió por obra del Espíritu Santo, no por obra de varón como todas las madres, y dio a luz a su Hijo, Jesús, virginalmente, mientras que las otras madres dan a luz a sus hijos naturalmente. Así como la madre es la madre de la persona de su hijo con cuerpo y alma, aunque ella proporciona a su hijo únicamente la materia del cuerpo, al cual infunde Dios un alma creada de la nada, de manera parecida, pero dentro del misterio sobrenatural. María concibió a la persona divina del Hijo de Dios en cuanto al cuerpo, como todas las madres dan a sus hijos: el cuerpo; y, por consiguiente, es real y verdaderamente Madre de Dios. María, como todas las madres, no es causa de la creación de su hijo, que es Dios, sino medio de transmisión del hijo. El Concilio de Calcedonia (año 451) nos dice:“Hay que confesar a un solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo; consustancial con el Padre, según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad; en todo semejante a nosotros menos en el pecado (Hb 4,15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad y, por nosotros y nuestra salvación, nacido en estos últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad” (Cat 467).

En Jesús, Dios y hombre, hay dos entendimientos: uno divino y otro humano. Con su inteligencia humana aprendió en su tiempo histórico muchas cosas mediante la experiencia. Algo así como el ingeniero ve en su entendimiento con claridad meridiana la obra que va realizar, y luego la comprueba en su realización. Como hombre, Hijo de Dios, tenía un conocimiento humano de Dios, su Padre (Cat 470-474. 482); y como Dios tenía también un entendimiento divino con el que sabía todas las cosas; y tenía también dos voluntades: una divina y otra humana. La voluntad humana de Cristo cumplía, sin oposición ni resistencia, su voluntad divina, y estaba subordinada a ella (Cat 475. 482). Ahora en el Cielo la persona divina de Jesús con su naturaleza divina y humana existe en estado glorioso inimaginable, no teológicamente conocido.

Es lógico y natural que hasta llegar al conocimiento de la revelación de la Persona divina y dos naturalezas, divina y humana en Jesús surgieron muchas herejías y errores, humanamente comprensibles, que estudia la Historia de la Iglesia. Porque el conocimiento del Verbo encarnado, revelado, ha supuesto muchos esfuerzos y estudios, que el magisterio auténtico, perenne e infalible de la Iglesia, iluminado por el Espíritu Santo, ha ido enseñado en su tiempo. Nestorio afirmaba que el hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios, pues así como en Cristo hay dos naturalezas hay también dos personas: una divina y otra humana. Esta herejía fue condenada por el Concilio universal de Éfeso el año 431, en el que fue definido como dogma de fe que María es Madre de Dios con estas palabras: “Cristo en su propia carne es un ser único, es decir, una sola Persona divina y dos naturalezas, divina y humana, Dios y hombre al mismo tiempo. La santísima Virgen María es Madre de Dios porque dio a luz según la carne al Verbo de Dios encarnado”.

María, al ser la Madre de Dios, tiene cierta y verdadera afinidad y parentesco con la Santísima Trinidad, de manera singular, por lo que es la criatura más digna de todas las demás, ángeles y santos del Cielo; y su dignidad es superior a la dignidad sacerdotal. El poder de intercesión de María ante Dios supera a la de cualquier santo y ángel del Cielo y a la de todos juntos. Los hombres podemos contar con una Madre que ama a cada hombre tanto cuanto puede ser amado, como si fuera hijo único, con el mismo corazón inmaculado con que amó a Dios en la tierra y ama ahora en el Cielo con su corazón glorificado.

A la Virgen, madre de todos los hombres, podemos pedir con filial confianza todo lo que queramos, sabiendo que siempre nos concederá todo lo que necesitamos, tanto humano, como material o espiritual, siempre y cuanto se ajuste a la voluntad de Dios, y sea lo mejor en todos los sentidos para nuestra salvación eterna, porque María, por ser madre de Dios, es también Madre espiritual de todos los hombres en el sentido de que es Madre de la divina gracia, que transmite todas las gracias a todos los hombres, que Dios causa; algo así como el espacio comunica la luz a los hombres y a la Tierra la luz que el sol causa.


sábado, 28 de diciembre de 2019

Festividad de la Sagrada Familia. Ciclo A


La Sagrada Familia compuesta por la Virgen María, San José y el Niño Jesús, es la Trinidad de la Tierra. Llevó durante su tiempo histórico de treinta años una vida oculta, sencilla y ordinaria, sin grandes acontecimientos. María en su papel de Madre de Dios y de todos los hombres, Corredentora del género humano no hizo otra cosa siempre que hacer bien y con amor divino lo que tenía que hacer en una vida ordinaria; su castísimo esposo San José, que colaboró en la Redención, como esposo de la Virgen María y padre legal del Niño Jesús, con su oración y trabajo común de un simple obrero; y por fin Jesús, divino obrero, como Redentor principal redimió al mundo en tres etapas: vida oculta durante treinta años, casi toda su vida, dedicado a la oración, al trabajo común de la vida ordinaria en obediencia, dando a este género de vida categoría sobrenatural, corredentora.

El evangelio nos ha facilitado pocos datos para conocer la infancia de Jesús. Desde la vuelta de la Sagrada Familia de Egipto a Nazaret, solamente conocemos el episodio del Niño Jesús, perdido y hallado en el templo a los doce años. El resto de su vida hasta los treinta años hay que imaginarla, pensando en un niño, un joven y un adulto de categoría de superdotado, como si fuera un niño un joven y un adulto normal, sin parecer que era Dios. La vida pública de Jesús duró tres años, dedicado a la predicación del evangelio y realización de milagros para testimoniar su misión redentora en el mundo; y la tercera etapa fue de pasión, muerte y resurrección que duró tres días.

Pablo VI definió la vida de la Sagrada Familia en la siguiente frase proverbial que voy a reseñar: Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio. Es una lección de silencio, de vida familiar, de trabajo”. (Pablo VI, 05-01-1964).

Entre los tres miembros de la Sagrada Familia existía una perfecta y santa armonía con pequeños sacrificios por la manera santa de ser de cada persona la convivencia y dificultades de la vida, que eran aceptados y comprendidos con el amor caritativo, que todo lo comprende y diviniza, y sabiendo que lo que ocurre es obra de Dios para bien de su gloria y de los hombres, dentro del misterio de la salvación.

De la vida de San José y de la de la Virgen María no se sabe nada históricamente. Es objeto de la piadosa imaginación para la oración personal y comunitaria, digna de ser imitada, sabiendo que su valor es infinito, santificador y redentor.

martes, 24 de diciembre de 2019

Navidad. Ciclo A


NAVIDAD

La Navidad no es el nacimiento de un personaje de la Historia sino el cumpleaños del Señor, el día en que nació Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre, concebido en las entrañas virginales de Santa María Virgen por obra del Espíritu Santo, el Redentor de todos los hombres a quienes redimió con su vida, pasión, muerte y resurrección. ¿Por qué?

El hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza en un estado de santidad original que comprendía el don sobrenatural de la gracia, los dones preternaturales de la ausencia del dolor, la inmunidad de la concupiscencia o inclinación al pecado, y el don de la inmortalidad, con el fin de que, viviendo divinizado en la Tierra un tiempo, consiguiera la plena gloria con Dios en el Cielo. Para que esto se realizara, Adán, cabeza de toda la Humanidad, debería cumplir un precepto muy importante y grave, que no se sabe cuál es, con la condición vinculante de que si no lo cumplía, moriría él y su descendencia. Pero abusando de su libertad, desobedeció el mandato de Dios y cometió el llamado pecado original que se transmite a todos los hombres por propagación, no por imitación, y se halla como propio en cada hombre. En consecuencia, por culpa del pecado, el hombre perdió los dones que había recibido y “la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte e inclinada al pecado, inclinación llamada concupiscencia. (Cat 415-418).

Dios no abandonó al hombre a su perdición, sino que en el mismo momento en que pecó, lo perdonó y le prometió enriquecer su naturaleza contagiada con la promesa de la Redención que realizaría el Mesías, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Este nuevo estado era superior al que el hombre tenía al principio. Así nos lo enseña el pregón de la Vigilia Pascual: “Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”.

Dios fue revelándose, de muchas maneras en el Antiguo Testamento hasta que llegó la plenitud de los tiempos en los que nos habló por medio de su Hijo en el Nuevo Testamento. “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

La Revelación se encuentra en la Tradición y en la Biblia: Antiguo y Nuevo Testamento, y es interpretada oficialmente por el Magisterio de la Iglesia.
En el mismo instante en que empezó a ser Jesucristo, dentro del útero virginal de María, nació la Iglesia en su germen. Pasados nueve meses de la gestación de Dios, hecho hombre, tuvo lugar la Navidad o el nacimiento de Jesús en Belén y con él el Nacimiento de la Iglesia en su Cabeza, como Cuerpo místico. La Navidad de Cristo es el comienzo del misterio pascual que comprende vida, pasión muerte y resurrección.

Con el nacimiento de Cristo, nosotros recordamos nuestro nacimiento a la vida cristiana en la Iglesia, que tuvo lugar en el sacramento del bautismo. Nacimiento que exige una vida oculta de oración y trabajo en la vida ordinaria, como la de Jesús, una vida pública de ejemplo cristiano y realización de obras buenas y una vida de pasión, soportando el dolor en todas sus versiones siguiendo a Jesús con la cruz a cuestas, con la esperanza de morir con Cristo y resucitar luego con Él para la vida eterna, plasmando en la propia vida el misterio pascual de Cristo.

En la segunda lectura del apóstol San Pablo a Tito nos dice que “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, debemos renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y llevar una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios Salvador nuestro: Jesucristo”.

La Navidad debe ser un momento para renunciar al pecado y a sus males, y llevar una vida sobria, sin excesos inútiles en comidas y bebidas; honrada, llena de gracias, virtudes y ejercicio de santas obras; religiosa de fe profunda y consecuente, con el fin de participar de la divinidad de Jesucristo; de gracia para llegar un día a la perfecta comunión con Cristo en la gloria, como pedimos al Señor en la oración después de la Comunión. Esta vida tiene que ser en cada uno de nosotros Navidad en la celebración litúrgica del 25 de Diciembre, vivencia en los sacramentos y ejercicio del misterio pascual en la vida ordinaria hasta que llegue el momento de celebrarla eternamente en el Cielo.

Además de la navidad litúrgica en la que celebramos la Navidad histórica, hecho trascendental del nacimiento de Jesús, Redentor, Dios hecho hombre, en sentido teológico podemos decir que siempre es NAVIDAD espiritual: cuando nace la gracia de Jesucristo en la oración, en el ejercicio de la caridad, de las obras buenas, en el dolor padecido y ofrecido como participación de la pasión de Cristo, en la recepción de los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía en la que el mismo Jesucristo, resucitado y glorioso, que está en el Cielo, nace sacramentalmente con una presencia real y sustancial de cuerpo, sangre, alma y divinidad.


sábado, 21 de diciembre de 2019

Cuarto domingo de Adviento. Ciclo A

La tentación de San José
           
            La Virgen  María  tuvo que hacer un viaje a  Ain-Karin a casa del sacerdote Zacarías, esposo de Isabel, su pariente, con el fin de atender a su prima, anciana, en su embarazo milagroso, poco antes del nacimiento de su hijo Juan, el Bautista. Cuando María regresó de su viaje a Nazaret, San José observó pronto que su esposa, María, estaba rara, distinta a como era Ella. Su cuerpo estaba un poco deformado, su rostro pálido, demacrado, y sus ojos habían perdido el brillo y la viveza de siempre, quedando con una mirada perdida. Entristecido, la observaba y cada veía en Ella signos de maternidad evidente. ¿Qué habrá pasado? ¿Será por el cambio de aires de la montaña? ¿Por las inclemencias del largo viaje? ¿Por el cansancio agotador del trabajo en la atención a su prima Isabel y al servicio de la casa de Zacarías? Por más que la miraba y remiraba con discreción  y prudencia, cada vez se convencía más de un evidente embarazo. San José sufrió la mayor de las tentaciones que  puede tener  en esta vida un esposo puro y casto, al ver a su esposa  embarazada, siendo, pura como un ángel.  ¿Violación en el viaje de Nazaret a Ain Karin? ¡Qué horror! ¡Imposible! María se lo hubiera dicho para desahogarse con él, como sucede en estos casos, incluso con el fin de acudir, si fuera necesario, a la justicia para defender los propios derechos y castigar gravemente este pecado social y religioso.

            José lo pasó francamente mal, muy mal. Acudió con fuerza inusitada a la oración, o mejor dicho todo su tiempo se convirtió en una oración atormentada, angustiosa, nerviosa, sin poder conciliar su atención ni siquiera en sueños, porque no tenía motivos para desconfiar de  María. El entendimiento, alborotado, que tanto discurre en estas cosas, razonaba sobre el problema sin encontrar argumento para justificar la evidente maternidad de María. Así estuvo turbado, llorando, con el corazón hecho añicos de dolor, y el pensamiento atormentado, sin saber qué decisión tomar. 

            Por fin, como una solución extrema, pensó conceder legalmente a su esposa el libelo de repudio, como nos relata el Evangelio: antes de vivir juntos,  resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo, José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado (Mt 1,18- 19).  El libelo era una especie de ley de divorcio, tolerada por Moisés, que al principio no existió, que  escribió este precepto (del divorcio) por la dureza de los  corazones. Pero al principio no fue así" (Mc 10,5-6). En virtud de esta norma de excepción, se permitía al marido escribir una carta de repudio a su mujer, cuando ella había cometido un pecado escandaloso. En este caso la esposa tenía que abandonar la casa, y podía volverse a casar de nuevo. "Si un hombre se casa con una mujer y luego no le gusta por haber encontrado en ella algo indecente, le dará por escrito un certificado de divorcio y la echará de casa. Una vez fuera de casa, esta mujer puede casarse con otro" (Dt 24,1-2).

            Pero esta atormentada tentación le parecía injusta, pues era culpar a su esposa de un pecado que no había cometido, sin saber la razón del embarazo. ¿Por qué José guardó silencio absoluto ante la evidente maternidad de María en la que él no tenía parte alguna? ¿No hubiera sido mejor dialogar santamente con su esposa para poner sobre el tapete   todas las cosas? Hablar con María sobre este tema le era violento, y es comprensible.  ¿Qué pensar? ¿Qué hacer...?

            Tampoco se puede entender humanamente por qué María no comunicó a su esposo el misterio de la concepción virginal de Jesús en su seno, por obra del Espíritu Santo ¿Por qué permitió que José, su amadísimo esposo, fuera tremendamente tentado por esta causa. ¿Por qué con su silencio le ocasionó aquella agonía que le torturaba el pensamiento, mortificaba su imaginación y le hacía sangrar de pena su casto corazón? ¿Por qué consintió que tuviera numerosas cavilaciones, lógicas tentaciones justificadas y dolorosas angustias? ¿No hubiera sido mejor haber comunicado a José, que era un hombre bueno, justo, santo, la revelación del ángel y los planes de Dios?: María habría concebido  el misterio realizado por obra del Espíritu Santo.

            Los misterios de Dios, realidades sobrenaturales que superan la razón humana, no se pueden entender nada más que con la fe, potencia sobrenatural que da la capacidad de creer las verdades reveladas, que humanamente no se entienden. María guardó silencio absoluto sobre la concepción virginal de Jesús, porque sabía, por inspiración divina, que Dios revelaría a José el secreto de este misterio. Y así sucedió, como sabemos por el evangelio de San Lucas: “Mira, la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.  José, hombre de fe, creyó la palabra del ángel, y celebró con María la boda solemne.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Tercer domingo de Adviento. Ciclo A

“Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”



Paciencia

El apóstol Santiago nos habla de la virtud de la paciencia y nos la propone en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra en este domingo del ciclo A.
La paciencia es una parte fundamental de la virtud cardinal de la fortaleza, muy necesaria para la vida humana y cristiana, porque el trato con los demás nos ofrece muchas oportunidades para ejercitar esta santa virtud, porque siempre vivimos en comunidad familiar, laboral, amistosa, vecinal y circunstancial.
En la familia todos somos de un mismo vientre y cada uno diferente por naturaleza y personalidad; diferentes en  la manera de ser, pensar, obrar: diferentes en gustos, caprichos, incluso  en ejercer las virtudes. También son diferentes los miembros de una misma familia religiosamente consagrada con un mismo carisma por  la convivencia Esto supone dificultades, sacrificios y roces en el trato que hacen sufrir y también  facilitan oportunidades para santificación.
Son incontables los sufrimientos que acarrea la convivencia laboral por las injusticias que se cometen en el trabajo y favoritismos arbitrarios que suceden. Cuando la familia laboral se utiliza para el egoísmo causa y ocasiona contrariedades, disgustos y también medios para ejercitar la virtud de la paciencia.
En el trato o amistad con los vecinos que buscan el bien personal, y no el comunitario, existen circunstancias, a veces tontas, por la manera de ser y egoísmos que hacen surgir oportunidades múltiples para ejercitar la paciencia.
La paciencia es buena y santificadora cuando se aprovechan las penitencias circunstanciales del frío, del calor e imprevistos que ocurren inesperadamente, que ponen a prueba la paciencia. Si de todas maneras hay que sufrir inevitablemente muchas veces, estas contrariedades, mejor es aguantarlas con paciencia, porque con ellas se merece Cielo, y sin ella se sufre  tontamente.


Ventajas del ejercicio de la virtud de la paciencia


  • Aceptación de la voluntad de Dios
El ejercicio de la paciencia, como norma de santidad, ayuda  a aceptar la voluntad de Dios en las cosas que no se quieren, molestan y ofenden  como medios de santificación, imitando a Jesús que tantas veces sufrió muchos males para redimirnos, por parte de los partidos políticos y religiosos hasta el extremo de ser azotado, coronado de espinas y crucificado, siendo inocente, pena reservada a los más facinerosos de su tiempo.



  • Reparación de nuestros pecados
El fin por el que Jesús sufrió tantos e inimaginables sufrimientos con extrema paciencia, sobrehumana, divina, fue la redención de todos los hombres, símbolo de los que sufren con paciencia redimiendo y santificando a los hombres en el mundo.


  • Imitación de la paciencia de Jesús y de su Madre, Santa María de los Dolores y de la Soledad
La actitud paciente de Jesús y de su Madre,  la Virgen de los Dolores, ante el dolor, redimiendo y corredimiendo respectivamente, a la Humanidad es modelo vivo de paciencia para los que sufren. Porque la paciencia en el dolor comunitariamente corredime y santifica a todos los hombres de la Iglesia.

A la virtud de la paciencia se opone el defecto de la impaciencia que se manifiesta con quejas, murmuraciones, desesperación. Es inútil sufrir en balde, sin utilidad, mientras que la paciencia en el sufrimiento reporta consuelo y esperanza de la vida eterna.


sábado, 7 de diciembre de 2019

Segundo domingo de Adviento. Ciclo A


            “Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos”


El evangelio de este domingo nos expone la figura del profeta San Juan Bautista, el precursor del Mesías, que profetizó con precisión histórica en rasgos generales la conversión, tema que voy a  tratar en este capítulo.

¿Qué es la conversión?

La conversión en sentido cristiano es cambio de vida espiritual: de una vida de infidelidad a una vida de fe; de una vida de pecado a una vida de gracia; de una vida de gracia a una vida de santidad en diversos grados. Todos los cristianos hasta, los mismos santos, tenemos que convertirnos en virtud del bautismo perfeccionando cada día más nuestra vida cristiana. La conversión  proviene inicialmente de la gracia del Espíritu Santo y consecuentemente de la colaboración del hombre consciente y libre  en cualquier edad y estado de la vida civil en que se encuentre. Todos los demás hombres, no cristianos,  tienen también que convertirse por las suplencias del bautismo,  en virtud de la omnipotente sabiduría infinita y misericordiosa  de Dios.  


            Medios cristianos para la conversión

            Son muchos los medios que tenemos para convertirnos: cristianos y no cristianos. Los cristianos: la oración que es el trato personal con Dios, como cada uno sabe y puede, y no como quiere, con miserias, debilidades, distracciones, cualidades, virtudes y defectos. La oración es la omnipotencia del hombre que diviniza y cambia su debilidad en fortaleza para conseguir la vida sobrenatural, que el hombre no puede con sus propias fuerzas naturales.     La oración siendo  también un acto humano es valiosa y fructuosa, aunque se haga con involuntarias distracciones.  El cocinero mientras prepara la comida con idas y venidas de su imaginación por muchos sitios hace  comidas ricas y apetitosas. Orar en subido éxtasis, en alta contemplación, como Santa Teresa de Jesús es una exclusiva de determinados místicos. También se hace oración con el examen de conciencia,  escuchando la palabra de Dios. Si no nos asesoramos de maestros experimentados o santos hacemos caso a un tonto que se tiene por listo.


8 de Diciembre Inmaculada Concepción de Santa María Virgen

Inmaculada, fundamento de la Mariología

          La Inmaculada Concepción es el fundamento de la Mariología, como nos dice el prefacio en la liturgia de la misa de la solemnidad de la Inmaculada Concepción: “Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de su Hijo… Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el cordero que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

María ideada por Dios, tenía que ser una mujer única, excepcional, Virgen, ornamentada de todas las virtudes y dones del Espíritu Santo, íntimamente unida a su Hijo Redentor, como Corredentora, modelo y primicia de todos los creyentes; y terminado el curso de su vida en la Tierra, resucitada, gloriosa en los Cielos,  y con Cristo Rey, Reina y Señora de todo lo creado. 

La palabra Inmaculada en su sentido teológico significa no manchada del pecado original ni personal. María, por gracia y  un  privilegio excepcional y único de Dios omnipotente, en atención a los méritos previstos de Jesucristo Redentor, fue preservada de culpa original en el primer instante de su concepción. En las palabras con que el arcángel San Gabriel saludó a María, “llena de gracia”, se entiende que tenía la plenitud de gracias que necesitaba para cumplir su misión en la Tierra: Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Corredentora del género humano. En este calificativo  estaban incluidas todas las virtudes y la total y plena posesión de los dones del Espíritu Santo en su máxima perfección creada. Inmaculada no significa sólo ni principalmente Pura, aunque también, sino más bien Santísima  en su dimensión total.


           Historia de la Inmaculada


            La Inmaculada Concepción de María ha sido siempre una constante creencia en la historia de la Iglesia. En los primeros siglos hasta el Concilio de Éfeso (año 431) se la veneraba especialmente con los calificativos de santa, inocente, purísima, intacta, incorruptible, inmaculada en sentido  de santidad única y especial. Esta fe popular en la Inmaculada se fue extendiendo poco a poco hasta el siglo VIII, época en que se empezó a celebrar una fiesta especial en su honor en algunas Iglesias de Oriente, después en Inglaterra, España, Francia y  Alemania.

            Las grandes controversias surgieron en los siglos XII-XIV en los que San Bernardo, San Anselmo, y los grandes teólogos escolásticos, como San Buenaventura, San Alberto Magno, incluso Santo Tomás de Aquino, pusieron en duda la Inmaculada de María, por la dificultad de conciliar el dogma de la redención universal de todos los hombres con la Inmaculada concepción de María, que como ser humano, descendiente de Adán, lógicamente debería contraer el pecado original y ser redimida por Cristo. Por fin, el Papa Pío IX, teniendo en cuenta la revelación de la Tradición de la Iglesia, el 8 de Diciembre de 1854 definió como dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen con estas palabras: “La beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original”.

          Los teólogos desde entonces  solucionan la aparente contradicción de la Inmaculada, sin pecado, con la redención de todos los hombres, diciendo que María fue redimida del pecado  por Cristo con una redención preventiva, impidiendo que contrajera el pecado original. Porque fue creada por Dios Inmaculada para ser Madre de Dios y de todos los hombres, Virgen y Corredentora del género humano.  





sábado, 30 de noviembre de 2019

Primer domingo de Adviento. Ciclo A


A la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre”

Adviento

     La palabra adviento proviene del latín y en su sentido etimológico significa venida o llegada de alguien o de algo bueno. Supone la espera de un bien, porque el mal no se espera, no se quiere o se teme. En el imperio romano Adviento se utilizaba para esperar la llegada de un personaje histórico o un acontecimiento singular, que suponía un tiempo de intensa preparación. La Iglesia en los primeros tiempos de su origen acopló la palabra adviento en la liturgia para significar el tiempo de preparación para celebrar el solemne nacimiento de Jesús. Después de muchos estudios y cambios en su evolución el Adviento quedó reducido a cuatro semanas, que hasta hoy se mantiene después de muchos siglos.

    Adviento en una perspectiva teológica es un tiempo de preparación para la venida de Jesús que está viniendo siempre a los fieles en la Iglesia con una presencia teológica de una acción buena que se espera con ilusión, una presencia sacramental de un sacramento que se va a recibir, principalmente el de la Eucaristía. Cuando los cristianos celebramos el sacrificio de la Eucaristía, Jesús resucitado y glorioso, el mismo que está en el Cielo, viene a la Iglesia sacramentalmente en cuerpo, sangre, alma y divinidad para ser alimento de las almas, objeto de adoración, culto y compañía.


Estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.


El Hijo del hombre, Jesucristo vendrá a la hora de nuestra muerte, el día y la hora que menos pensemos, que nadie sabe. Será una realidad sorprendente. La última venida será a la hora de nuestra muerte, y después tendrá lugar el juicio particular con carácter eterno, en el que Jesús juzgará todos los actos de nuestra existencia. Será de alegría, temor, miedo o esperanza. De alegría para los santos que esperan ver a Dios para gozar de Él eternamente, felicidad total que no tiene parangón. Adviento es la esperanza de la alegría; de temor para los pecadores que dudaron en la tierra del premio o castigo; de miedo para los que sirvieron a Dios con tibiezas, medianías, zozobras, miserias, debilidades y defectos; de misericordia para hombres y mujeres ignorantes de las cosas de Dios, que cumplieron la ley natural moral con sincero corazón; de equivocación para los que vivieron la fe que conocieron con buena voluntad y otros, sin cuento, que por diversas causas, sin malicia, confundieron el bien por el mal, y serán juzgados por la ley de la recta conciencia; de taras para los que por diversas patológicas no discernieron el recto juicio del bien y del mal, que serán juzgados por la sabiduría misericordiosa de Dios más que por la ley moral.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Cristo Rey. Último domingo del tiempo ordinario. Ciclo C


El año litúrgico no es como el año civil. Empieza el primer domingo de Adviento y termina en la fiesta de Cristo Rey.

 El Verbo, Jesucristo, es Rey por el título de Creador y Redentor

En el capítulo primero del evangelio de San Juan se dice que por medio del Verbo, se hizo todo y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. (Jn, 1,2). El Verbo es el Hijo de Dios, Padre, la segunda Persona de la Santísima Trinidad.  Si el Verbo creó todo lo que existe, es Dueño y Señor de todo lo creado y Rey de todas las cosas, que gobierna con sabiduría y bondad. Luego el Verbo es Jesucristo, Rey, por el título de Creador y su reino  diferente a todos los reinos de la tierra, que no tiene parangón con ninguno de este mundo.


El Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento es figura de la Iglesia que fundó Jesucristo

A grandes rasgos y en una perspectiva histórica se puede decir que el Reinado de Cristo empezó  en su origen con Abrahán en la formación del Pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento. Después fue evolucionando lentamente en la época de los patriarcas en ascenso de perfección; y por fin el pueblo de Dios se consolidó con los profetas que anunciaron características genéricas muy precisas sobre Cristo Rey del Universo y Redentor con detalles sobre la pasión y muerte, que parece han sido descritos por reporteros, testigos directos, sobre todo por el profeta Isaías.  


Cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios encarnó en las entrañas purísimas de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, y empezó a existir Jesucristo, Cristo Rey. Nace Jesucristo y empieza la Historia de la salvación, la Iglesia, un reino eterno y universal, el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz, como lo define el prefacio la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.





Clases de Iglesia


Hay tres clases de Iglesia: Terrestre, es aquella que fundó Jesucristo y terminará al fin de los tiempos, cuyas características están explicadas en el decreto del Concilio Vaticano Lumen getium; Purgante la que padecen las almas en el Purgatorio  en un estado de purificación antes de pasar al Cielo y terminará al fin del mundo con la resurrección de los muertos; y Celeste que es el Cielo donde están los santos, beatos, venerables, siervos de Dios y santos del silencio desconocidos por el mundo viendo y gozando de la divinidad de la Santísima Trinidad con la alegría de la plenitud del gozo que sacia totalmente las exigencias de felicidad de todo el ser. Y, por fin, vendrán  los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra, que es el final del drama de toda la creación salvadora por toda la eternidad, cuya naturaleza no se puede ni imaginar.


Jesucristo además de ser Rey, distinto de todos los reyes de la tierra, es Redentor porque redimió a todos los hombres del pecado con el misterio pascual: pasión, muerte y resurrección. Hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey y Redentor, y nosotros somos no súbditos de su Reino sino hijos de Dios, redimidos por Cristo Rey.  


sábado, 16 de noviembre de 2019

Trigésimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C


Fin del mundo

 El Universo, Cosmos, mundo en que vivimos no es eterno, tuvo su principio y tendrá su fin, no sabemos cuándo ni cómo. Fue creado por Dios, y de Él depende en toda su evolución. La inteligencia divina, que no se puede imaginar,  conoce la naturaleza de la Creación, sus elementos, y su desarrollo hasta que llegue su fin. El Evangelio  nos habla de ciertos signos, males  astronómicos,  guerras, odios,  muchos de los cuales han sucedido ya, suceden y sucederán en todos los tiempos, sin que se pueda precisar el momento científico del final de todas las cosas. Sin duda alguna, algún día llegará, pero no hay que hacer caso a las religiones adventistas y testigos de Jehová que han precisado muchas veces fechas para el fin del mundo, con equivocaciones manifiestas, contrarias al Evangelio.

Globalmente la ciencia avanza y las técnicas se modernizan con pasos agigantados en bien de todos los hombres. Pero el fin del mundo, hecho revelado, llegará algún día, curiosidad sobre la que los discípulos preguntaron a Jesús, sin que obtuvieran otra respuesta que ésta: “No lo sabe nadie, sino el Padre y Jesús, que no lo quiso revelar”. Pero es cierto que el fin del mundo vendrá, y se transformará en los nuevos cielos y la nueva tierra de los que nos habla la Sagrada Escritura.

Fin del mundo para cada persona

Es importante el fin del mundo del Universo, trágico suceso del fin de los tiempos, pero el fin del mundo llega para quien muere y empieza  la eternidad.

El hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, divinizado, pero por el pecado original misteriosamente en su ser y en sus facultades quedó sometido al dominio del mal. Fue redimido por Dios, hecho hombre, mediante el misterio pascual de su vida, pasión muerte y resurrección. Y redimido no tiene otro fin que la salvación para vivir eternamente con Dios en el Cielo en visión y gozo, concepto sobrenatural, que no tiene explicación humana. El mal tiene tanta fuerza que pone en riesgo la salvación eterna de los hombres por muchas causas mediante el pecado mortal. No es tan fácil como parece cometer un pecado mortal que merezca la condenación eterna, porque sólo Dios sabe qué acto humano tiene la malicia suficiente para la condenación eterna. Son muchísimas las personas ignorantes, incapaces  del razonamiento, del conocimiento de la moral católica, que padecen perturbaciones mentales, enfermedades que impiden el discurso normal de la razón y pasiones que en un momento dado trastornan el entendimiento y consecuentemente corrompen el corazón y hacen que algunos hombres cometan barbaridades inconscientes o semiconscientes, pero no pecados que condenan al hombre al infierno eterno

sábado, 9 de noviembre de 2019

Trigésimo segundo domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C


         
Nos dice el evangelio de este domingo que un día los saduceos, que negaban la resurrección de los muertos, se acercaron a Jesús y le hicieron esta pregunta: Había siete hermanos  que se casaron con una misma mujer ¿con cual de ellos estará casada en la otra vida? Y Jesús respondió: En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura y de la resurrección no se casan, porque participan de la resurrección.

Las cosas de la tierra no son como las del Cielo. Aprovecho este evangelio para hablar de la resurrección de los muertos. Remito al lector al Catecismo de la Iglesia Católica del Santo Papa Juan Pablo II, donde podrá encontrar los temas  importantes sobre la Resurrección (Cat 990, 991, 997, 998, 999, 1000, 1001).

La resurrección de los muertos ha sido creencia en el Antiguo Testamento y elemento esencial de la fe cristiana en el Nuevo. (Lc 24,39). Creer en la resurrección de la carne significa que al final de los tiempos todos los muertos resucitarán y las almas se unirán a sus propios cuerpos para ser personas resucitadas, gloriosas que merecieron el Cielo, o condenadas en el Infierno porque rehusaron voluntariamente la misericordia divina. ¿Cómo será la resurrección? Este tema sobrepasa nuestra capacidad intelectiva e imaginativa, porque es una verdad de fe que se cree, sin entender. ¿Cuándo tendrá lugar este hecho trascendental? No se sabe. Sin duda al fin del mundo (LG 48), el último día (Jn 6,39-40. 44,54).

La vida cristiana en la tierra es una participación en la vida, pasión muerte y resurrección de Cristo. Es el tiempo del mérito y de la misericordia,  pues en la vida eterna sólo hay justicia. Lo importante es que los cristianos vivamos en la tierra muertos al pecado y resucitados en la vida de la gracia para vivir con Cristo, morir con Cristo y resucitar con Cristo en la Vida eterna.


Creo en la vida eterna

Conociendo la vida humana en la tierra, tal como es en su realidad, la simple razón humana nos dice que el hombre, criatura de Dios, tiene que tener otra vida mejor y eterna, donde haya justicia, que premie a los buenos y castigue a los malos, donde haya bondad en contraposición del mal; una vida que satisfaga totalmente y por toda la eternidad todas las íntimas aspiraciones del hombre que en el mundo quedan insatisfechas, pues  en el mundo no existe la felicidad completa o existe parcialmente y con mezclas.


La Iglesia nos enseña que inmediatamente después de la muerte, el alma, separada del cuerpo, es juzgada por Dios con un juicio particular para recibir la sentencia del premio o castigo eterno que ha merecido en la tierra con sus actos morales. Si ha conseguido el aprobado o mejor nota, recibe la salvación eterna en el Cielo, esperando el día de la resurrección en que las almas se unirán a sus propios cuerpos para gozar en persona gloriosa la visión intuitiva que ya gozaba en el alma. Si al morir quedaron en el alma culpas o penas por los pecados va al Purgatorio a purificarse por un tiempo  hasta que vaya al Cielo, que es su destino eterno. Al fin del mundo ya no existirá Purgatorio. Si, en cambio, el alma muere voluntariamente en pecado mortal, se excluye de la salvación y va al Infierno a esperar la resurrección para unirse al cuerpo resucitado, y en persona resucitada padecerá eternamente penas inconcebibles.


sábado, 2 de noviembre de 2019

Trigésimo primer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

1 Comentario del texto          
2 Tenía que pasar por allí
3  Conversión 

1 Comentario del texto   

El relato de Zaqueo sucedió en el tercer año de la vida pública de Jesús en Jericó, cuando se dirigía a Jerusalén a consumar el sacrificio en la Cruz. Jericó en aquella época era, después de Jerusalén, la ciudad más floreciente de Judea. Sus productos agrícolas eran abundantes y variados: bosques de palmeras, de bananos, de sicómoros y otros árboles, que  con fuentes colocadas en sitios estratégicos daban al paisaje una belleza sin igual, y servían para refrescar el calor tropical en verano, según cuenta el historiador Flavio Josefo. En el año 1947  nos dice Fillion en la vida de Nuestro Señor Jesucristo que esta ciudad era una aldehuela miserable con casuchas de tierra con techo de ramaje, que tenía unos quinientos habitantes. Actualmente se intenta restablecer el antiguo cultivo para devolver a aquella región su antigua belleza armoniosa de fertilidad.
Como Jericó pillaba de paso para ir a Jerusalén, Jesús con sus discípulos hizo escala en esta ciudad, y  permaneció en ella un tiempo. Cuando la gente supo que se marchaba, se llenaron las calles de espectadores  para verlo pasar. Había entonces allí un personaje famoso, llamado Zaqueo, rico, jefe de publicanos,  que  se había enriquecido con la injusta administración de los impuestos.  Desde hacía tiempo había oído hablar de Jesús y deseaba verlo porque en su corazón sentía hacia Él una atracción especial. Al saber el sitio por donde tenía que pasar Jesús, impulsado por una fuerza interior, irresistible, echó a correr y fue a su encuentro. Recorrió las calles céntricas buscando un buen  sitio para ver a Jesús pasar, y no le fue posible, porque era bajo de estatura. Zaqueo no quería nada más que ver a Jesús pasar. Nervioso porque oía que Jesús se acercaba y podría pasar de largo sin verlo, al ver en el camino una higuera con ramas bajas, se agarró a una de ellas y con esfuerzos de mañoso equilibrista, se le ocurrió la peregrina idea de subirse a ella para verlo, porque tenía que pasar por allí.

 Cuando Jesús se iba acercando hacia el lugar donde estaba Zaqueo, levantó la cabeza señorialmente, lo miró con cariño, y en voz alta dijo: Zaqueo hoy tengo que alojarme en tu casa. Era la única vez, que sepamos por el Evangelio, que Jesús se invitó a comer en una casa de un extraño, que no era amigo. Zaqueo quedó sorprendido por la rara invitación, y, emocionado, se bajó inmediatamente de la higuera,  y como si fuera un amigo de siempre,  se acercó a Jesús y le acompañó a su casa. Y, loco de contento, puso en movimiento a los criados y servidumbre, y le improvisó un banquete suntuoso con los mejores manjares.

Muchos judíos que conocían la pecadora y mala fama de Zaqueo, pecador público, se escandalizaron de que un profeta comiera con un pecador, y manifestaron su descontento con severas murmuraciones. Al final del banquete, quizás a la hora de los postres, momento oportuno para el brindis y los discursos, Zaqueo, con aire resuelto y decidido, se levantó y con el corazón roto de arrepentimiento por sus pecados, dijo: Mira, la mitad de mis bienes, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Fue, digamos, una confesión general, pública y solemne de sus pecados. Tales sentimientos, libremente expresados en público, eran signo de una sincera y ejemplar conversión. Jesús perdonó sus pecados en silencio, y dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 1-10).

Tenía que pasar por allí

            Las cosas no suceden porque sí, por el hado, el destino, la casualidad, sino por la causalidad divina, que en teología se llama Providencia. Todo tiene su razón de ser y estar en el conjunto de la Creación, que sólo Dios sabe en su totalidad por su sabiduría infinita y eterna. Todos los seres creados en sí mismos y cada uno de ellos en su desarrollo y armonía del Universo tienen la finalidad para los que fueron creados por Dios en su proyecto eterno.
En los hombres, seres libres, interviene Dios, Creador y Padre, con sus gracias en juego misterioso con su libertad, en orden a la salvación eterna, de la manera que Él sólo sabe en su infinita sabiduría. Jesús tenía que pasar por allí, por las calles de Jericó, entre otros fines porque tenía que convertir a Zaqueo, por las razones que ni siquiera se pueden imaginar.
Nosotros, que inicialmente estamos convertidos ya, tenemos que aprovechar los múltiples caminos por donde sabemos que Jesús tiene que pasar. Jesús pasa por nosotros cuando:
- Nos ponemos en contacto con Dios en la oración personal o comunitaria;
- en la Casa de Dios o en Comunidad cantamos himnos y salmos de alabanza, de arrepentimiento y de acción de gracias;
-  dos o más nos reunimos en nombre del Señor para espiritualizar la vida;
- sufrimos el dolor en nuestra propia carne o padecemos murmuraciones, calumnias, rechazos, abandonos, desprecios, que Dios permite para nuestro bien y el de todos los hombres;
- somos despreciados, calumniados o perseguidos por ser cristianos;
-  celebramos los sacramentos, principalmente el de la Eucaristía, sobre todo si comulgamos, que es el paso más perfecto de Cristo, resucitado, glorioso y sacramentado por  nosotros;
- hacemos lectura espiritual meditada en la  presencia de Cristo, resucitado y glorioso;
-  ejercemos la caridad con los hermanos en obras de misericordia corporales y espirituales o  hacemos una obra buena, cualquiera que sea, por amor a Cristo;
            - y cuando, sin hacer nada, Jesús tiene  que pasar por allí, simplemente porque quiere, para diluviar sobre nosotros sus gracias y privilegios, como pasó por el lado donde estaba Zaqueo.
Recuerda con gratitud el día en que Jesús quiso encontrarse contigo, valiéndose de muchas circunstancias providenciales, para que fueras cristiano o cristiana, sacerdote,  religioso o religiosa, porque tenía que pasar por allí.
¿Cuándo y cómo fue tu encuentro con Cristo?
Tal vez te encontraste con Él, sin que tú te enteraras, porque naciste en una familia cristiana en la que fuiste educado, y en la que viviste la fe siempre, como pez en el agua. Quizás Jesús se encontró contigo valiéndose del colegio, de la Parroquia, de un amigo, de un sacerdote, de la catequesis, de un libro, de la televisión, de una enfermedad… ¡Qué sé yo! Cualquier circunstancia fue la providencial para  el paso de Jesús por tu vida, porque tenía que pasar por allí  para que tú te encontraras con Él.
Tal vez tu encuentro con Él fue excepcional, y Dios te proporcionó los medios necesarios para tu conversión. Los caminos por los que Dios llama a los hombres y actúa en ellos son infinitos y misteriosos, y no pueden catalogarse científicamente.

3 La conversión

 La conversión radical en sí misma y en su desarrollo es obra del Espíritu Santo, y no el resultado del esfuerzo humano de planificaciones pastorales, preparadas con lógica y razonamientos que produzcan resultados científicos. Esto no quiere decir que no valgan y no sean necesarios los planes pastorales, que se deben hacer con cabeza y corazón, pero con el conocimiento teológico de que son medios que ofrecemos al Espíritu Santo para que Él actúe con su providencia.
 Los hombres, los medios y las circunstancias concurren en la conversión con la gracia de Dios que la precede, acompaña  en todo su proceso hasta que llegue a su pleno desarrollo. Lo dijo Jesucristo en el Evangelio: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
             El hospedaje fue la oportunidad sobrenatural que Jesús aprovechó para que Zaqueo, pecador público, empezara el proceso de la conversión: la chispa del fuego del Espíritu Santo para encender en el corazón de Zaqueo la hoguera en llama viva de la conversión. Estoy seguro de que después, a lo largo de su vida, tuvo que luchar consigo mismo para dominar sus pasiones y sufrir mucho con victorias y derrotas para seguir a Jesucristo. La conversión  total no suele darse en un santiamén, como sucedió en el caso excepcional del Buen ladrón, que fue una muestra única, evangélica, de la inimaginable misericordia que Jesús tiene con los pecadores.  
            La conversión tiene un proceso en el que concurre todo con providencia divina: la salud, la enfermedad, los amigos, los enemigos, los accidentes, las circunstancias adversas y agradables, la tentación, las miserias, las debilidades y hasta los pecados, que para muchos, siendo “desgracias”, son “gracias” para la conversión y santificación.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Conmemoración de los fieles difuntos. 2 de Noviembre


La Iglesia católica celebra en este día la conmemoración de todos los difuntos, por eso los cristianos de todo el mundo ofrecemos sufragios por nuestros padres, familiares, amigos y también por todos los difuntos que necesitan sufragios en el Purgatorio para entrar en el Cielo. Voy a tratar  cinco capítulos importantes sobre este tema.

1 La muerte      
2 En la vida y en la muerte somos del Señor
3 Sentido cristiano de la muerte
4 Sufragios

1 La muerte  
  
La muerte, considerada desde el punto de vista biológico, tendría que haber sido un hecho natural al hombre, ser que nace vive y muerte. Pero en sentido teológico es consecuencia del pecado original, como nos enseña dogmáticamente la Iglesia católica. 
 La muerte es el final de la vida y el principio de la eternidad: dejar de vivir en la tierra para vivir siempre en el Cielo o en el Infierno o de paso en el Purgatorio. El hombre es sempiterno, vive un tiempo en la tierra, después muere en el cuerpo, y al final de los tiempos resucitará para vivir para siempre glorioso o condenado.
La muerte suele ser siempre de repente, porque sucede cuando no se sabe, no se quiere o no se espera. Vivimos muriendo cada día un poco, porque la vida es una muerte lenta. La muerte por la redención de Jesucristo adquiere el carácter de gracia.  

¿La muerte  es mala o buena?

Depende. Si se considera en sentido humano es mala para los que tienen buena salud, viven bien y todo les va viento en popa, porque en este caso la muerte es la privación del bien de la vida y de sus bienes; y humanamente es buena para los enfermos psiquiátricos o terminales que viven con dolores irresistibles, inaguantables, porque la vida es un sufrimiento constante y la muerte es la liberación de un mal, que es mejor que la vida.
En sentido teológico, miradas las cosas desde la fe, si la muerte viene por voluntad de Dios es un bien. Para los santos que desean terminar esta vida, valle de lágrimas, para empezar a vivir eternamente con Dios en el Cielo, en visión y gozo, la muerte es mejor que la vida.  

2 En la vida y en la muerte somos del Señor

Nos dice San Pablo: “en la vida y en la muerte somos del Señor” (Rm 14,8). El fin del hombre en la tierra es dar gloria a Dios, alabarlo y bendecirlo, y mediante esto conseguir la vida eterna  del Cielo. Todo lo demás está subordinado a este supremo fin. Es bueno todo lo que nos lleva a Dios y malo lo que de Él nos separa, como dice San Ignacio de Loyola en el principio y fundamento de su libro de Ejercicios espirituales. De lo que se deduce que lo mismo da vida larga que vida corta, salud que enfermedad, pobreza que riqueza, vida que muerte.
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3 Sentido cristiano de la muerte

En el libro de la sabiduría (3,1-9) la Palabra de Dios nos enseña la diferencia que hay entre la vida y la muerte para los justos  y la gente insensata. 
Para la gente insensata la muerte es una desgracia, una destrucción, una pena. Para el justo que tiene fe y vive en las manos de Dios la muerte es vida, un don, la última gracia que Dios concede al hombre para entrar en el Cielo; una reconstrucción del hombre viejo en el hombre nuevo, resucitado y glorioso, mejor que  cuando fue creado por Dios en el Paraíso terrenal, no una pena o castigo, sino un premio eterno.
La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en el prefacio de difuntos: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo”. Luego la muerte es un cambio de vida, una transformación del ser en otro mejor.
Lo importante de la muerte no es  el hecho físico de dejar de vivir, morir a consecuencia de esta o aquella enfermedad; ni de una manera u otra; ni el dónde, en este lugar o en otro, sino el hecho moral de cómo se muere, en estado de gracia o de pecado: morir eternamente para el cielo o para el infierno. Este es el problema personal que cada uno tiene que tener siempre planteado durante toda la vida y por el que tenemos que luchar: vivir en gracia de Dios para merecer, a la hora de nuestra muerte: la gracia del premio y la reconstrucción del ser en el Cielo.

 Porque Cristo murió, la muerte del cristiano tiene un sentido positivo, como dice el apóstol San Pablo: “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1,21) “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él (2 Tm 2,11). Por el bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto con Cristo” al pecado, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia con Cristo, la muerte física consuma “este morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor (Cat 1010).

La muerte es el fin de la peregrinación  del hombre en la tierra, tiempo de gracia y de misericordia, que Dios le ofrece para conseguir  su último destino. Cuando el cristiano ha vivido el fin último de su existencia, morir, es una trasformación del ser. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” (Hb 9,27). Por consiguiente no hay “reencarnación” después de la muerte (Cat 1013).

            La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte, luchando contra el pecado, cumpliendo la voluntad de Dios y haciendo todo el bien que esté en nuestra mano, confiando en la misericordia infinita de Dios Padre, que nos ha redimido con la sangre divina de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor; y a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte” (Ave maría). Confiemos con devoción a San José, patrono de la buena muerte, nuestra vida y nuestra muerte (Cat 1014).
  
El libro de la Imitación de Cristo nos dice: “Habrías de ordenarte en toda cosa como si hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia, no temerías la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?” 

            4 Sufragios

            Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (DS 856), para que, una vez purificadas las almas del Purgatorio puedan llegar a la visión beatífica de Dios en el Cielo. Especifiquemos los principales sufragios que podemos hacer por los difuntos:
 la oración como el padrenuestro, el ave María, el credo, la Salve y otras oraciones.  
- el dolor físico o psíquico que tenemos que padecer en nuestro propio cuerpo;
- el sufrimiento de la convivencia familiar, laboral, amistosa y social;
el trabajo agradable, duro y costoso, y acaso no bien remunerado, de cada día en ambientes poco humanos y descristianizados;
- el arrepentimiento de nuestros pecados;
- los sacramentos sobre todo, el sacrificio de la Santa Misa, el mejor y más valioso de todos los sufragios.
- y la limosna libre y voluntaria que se da en sufragio por  los difuntos.